Frenesí de Feromonas

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Emilio POV

El club era un viejo bar remodelado hacía poco por los trabajadores de Uberto, solía decir que la primera vez que estuvo aquí tenía dieciséis, sus hermanos y él conocieron sus últimos años de gloria en compañía de su padre y quería que la tradición continuara así que mando a arreglar el lugar para las nuevas generaciones.

La barra maltrecha fue sustituida con una pista abierta, las paredes oscuras adquirieron color y el alto techo dio lugar a un segundo donde solo podían entrar los miembros del grupo. También se aseguro de contratar nuevo personal, desde meseros que nos atendieran alejados del ruido de los más jóvenes divirtiéndose, hasta mezcladores experimentados en la nueva barra, sin mencionar al DJ que había convertido el sitio en un lugar de moda en la ciudad.

Con los chicos solíamos venir a menudo aquí, era bueno para pasar una noche sin trabajo, la barra era libre para los miembros, así que no teníamos que gastar ni un centavo aquí y los omegas prácticamente se tiraban a nuestros pies buscando asegurarse el futuro con uno de nosotros. En un día como este en que acababan de tirar por borda todos mis planes, necesitaba esa clase de atención para curar mi maltrecho ego.

―Iré a pedir las cervezas, los veo arriba. ―exclamó Sian con una media sonrisa, el grupo asintió sin prestarle atención, todos sabían que el pelinegro llevaba un par de semanas rogando por las atenciones de la chica en la barra, una rubia de ojos verdes que preparaba tragos más rápido de lo que cualquiera de nosotros podría sacar una pistola.

Según Sian tenía un buen sentido del humor y era más lista que cualquiera otra chica que hubiera conocido, estaba loco por ella, el único problema era que la rubia era una omega recesiva, las posibilidades de que pudiera darle un cachorro en un futuro eran mínimas, él decía que no le importaba en absoluto, pero la familia tenía reglas demasiado estrictas, incluso cuando tu nombre estaba al final de la línea de sucesión, era indispensable que todos tuvieran una pareja que diera herederos.

Sian pensó que, con su padre muerto y su madre de viaje permanente, nadie notaría sus intenciones con la pequeña ninfa de ojos azules que le sonreía cada noche, sin embargo, sus primos no eran los mejores guardando secretos y al llegar esa información a sus tíos, le prohibieron acercarse más de la cuenta, podía "jugar" con ella, pasar el rato y dejarla incluso como una amante, pero no podía bajo ninguna circunstancia marcarla.

Intentó oponerse, estaba loco por ella y no la quería para divertirse, sin mencionar sus incontables peleas por la forma en que los omegas eran tratados dentro de la organización, pero ninguno de sus esfuerzos fue suficiente, le advirtieron que, de continuar con sus intenciones, la rubia desapareciera por el bien de la familia, lo que era bastante fácil de interpretar.

Azul no era tonta, conocía bien donde se estaba metiendo cuando acepto el trabajo y cuando Sian le dio las malas noticias solo le quedó asentir con una sonrisa decepcionada murmurando un "te lo dije". Su amor era puramente platónico, compartían sonrisas cómplices entre la oscuridad, coqueteaban entre cada trago que la rubia preparaba y Sian solía acompañarla a casa cada que tenía oportunidad. En el fondo ambos esperaban que las reglas cambiaran en un futuro.

― ¡Emilio! ¿Vienes a festejar tu nuevo puesto? ―la efusiva voz de Nikolas me trajo de vuelta a la realidad, y mientras metía sus manos en mi brazo, aparté la vista de la pareja de enamorados desde el barandal del segundo piso para centrarla en el omega a mi lado.

Él era un regular en el bar, según Sian, era hijo de un tío lejano de la familia, no tenían relación con sus negocios, pero Niko aprovechaba su nombre para traer a sus amigos a divertirse gratis. Lo conocí en las primeras semanas, intentó entablar más que una conversación conmigo, pero mi receloso alfa rehuyó de su empalagoso aroma. Después de nuestro breve encuentro nuestra relación se dio de manera más natural, todavía no podía considerarlo un amigo, no iba a contarle mis secretos de nada, ni lo llamaría si necesitaba ayuda, pero él se aferró a mí como si fuera una mamá pato.

Sr. BondoniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora