Al final son veinte minutos y no cinco, pero Lena no se ha quejado en ningún momento. Vamos tarde, pero no importa, porque tampoco es que me apetezca demasiado el plan de hoy. Preferiría que me hiciera un tacto rectal un Orco de Mordor (con su pezuña asquerosa incluida), antes que conocer a la tal Reagan. Decidimos coger el metro y llegamos a casa de Kate prácticamente a las once. Nada más llamar al interfono, nos abren y subimos con el ascensor hasta su piso. La puerta está abierta. Nos recibe Beth, la hermana de Kate que, al verme, me abraza con efusividad y lanza una mirada picarona a Lena.
—Vaya, pero, qué mujer te has conseguido —me susurra al oído.
Una sonrisa floja se escapa de mis labios. Si ella supiera...
Entramos. Suena Respect de Aretha Franklin, la iluminación es tenue y el sonido de voces, platos y vasos llena el ambiente. Hay un montón de gente, aunque conozco a todo el mundo. En una esquina están Sara, Oliver y Ray, sus mejores amigos de la universidad que vienen acompañados por sus respectivas parejas, Ava, Laurel y Anna. También saludo a Barry, un amigo suyo de la infancia que ha venido con su mujer Patty, que vuelve a estar embarazada. Si no me equivoco, van por el tercero. Es entonces cuando veo a Kate, de espaldas a mí, hablando con una chica preciosa que me deslumbra con su sonrisa blanco nuclear. En este momento se está riendo de algo que Kate le ha dicho, y le toca el brazo con una familiaridad que duele. Justo en este momento, los ojos de ella se fijan en los míos y empiezo a sentir escalofríos. Mis peores pesadillas acaban de cumplirse, porque Reagan es como una jodida barbie Malibú, con sus piernas largas, su cintura estrecha, sus ojos enormes castaños, su pelo rubio y su sonrisa que, de tan bonita, parece sacada de un anuncio de dentífrico.
—Vámonos —digo a Lena, cogiéndola del brazo.
—No podemos irnos ahora —murmura ella en mi oído.
—Esto me sobrepasa —gimoteo en voz baja.
—Tranquila, todo irá bien —vuelve a susurrar, cogiéndome de la cintura y apretándome a ella con firmeza. Su contacto es... reconfortante.
—Eh, Kara, por fin has llegado —dice la voz de Kate detrás de mí. Cierro los ojos, cojo aire y me giro, dedicándole una sonrisa más falsa que una moneda de tres dólares. Enseguida me arrepiento de no haber seguido mi impulso de haber huido sin mirar atrás. Si Reagan me parecía preciosa en la distancia, así, de cerca, me lo parece aún más. Su piel es tersa, sus ojos son enormes y lleva el cabello liso tan bien peinado que parece recién salida de la peluquería
—¿Eres Kara? —pregunta Reagan, abriendo mucho los ojos.
—Emmmm... Sí, supongo que sí —digo con una sonrisa nerviosa.
—Oh, cielos, he oído hablar mucho de ti. —Se me lanza al cuello y me abraza como si fuéramos amigas de toda la vida. —Dios, me encanta ese vestido. Y los zapatos. ¿Son de Gucci?
—Eh... no, son de Mercaducci... —digo algo cortada por su efusividad, con la mirada en mis zapatos de imitación que compré en el mercadillo por cuatro dólares.
—No conozco esa marca —dice con seguridad—. Tenía muchas ganas de conocerte. —Y vuelve a sonreír con una naturalidad que me descoloca.
Lena carraspea a mi lado y hago las presentaciones.
—Esta es Lena, una amiga.
Le da dos besos y me mira divertida.
—Sí, claro, tu «amiga». —Y me guiña un ojo.
Miro a Kate, a saber, que le habrá explicado sobre nosotros.
—Si quieren tomar algo, ahí tenemos las bebidas—sugiere Kate. Nos señala la zona en cuestión, cojo a Lena del brazo y le arrastro conmigo, porque necesito alejarme de aquí. No puedo estar más tiempo cerca de estos dos.