Capítulo 30

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Maratón 2/3

Kara




Siempre me ha gustado la nieve; aquí los inviernos suelen ser blancos e inspiradores. Me siento en el alféizar de la ventana mientras veo los copos de nieve danzar en el aire de forma perezosa antes de caer. Hace casi un mes que he vuelto a casa de mis padres y me siento arropada en este lugar que tantos buenos recuerdos me trae de mi infancia. Mi habitación se ha convertido en mi refugio, con sus paredes pintadas en rosa pastel y el mobiliario en blanco. Además, los abrazos y mimos que me dan papá y mamá me reconfortan y me hacen sentir bien.

El dolor no ha desaparecido, pero está apaciguado, dormido. Llaman a la puerta con los nudillos y, a continuación, esta se abre. Mamá aparece en el umbral, con una taza de té humeante entre las manos. Me tiende el té con una sonrisa y yo susurro un «gracias» mientras cojo el platito con cuidado de no derramar el contenido de la taza.

—¿Cómo estás, cariño?

—Bien. —Sonrío, aunque no es una sonrisa alegre, sino apagada.

—No sé qué es lo que te ha traído hasta aquí, no hace falta que me lo cuentes, pero la vida...

—¿Me vas a dar uno de tus discursos sobre la vida? — pregunto, y lo hago con una sonrisa llena de añoranza porque desde que entré en la adolescencia mamá adora darme discursos sobre la vida.

—Sí, voy a hacerlo y tú vas a escucharme —dice muy seria. Doy un trago a al té y alzo una ceja como invitación para que siga hablando—. La vida es muy corta para huir de los problemas. No sé qué ocurrió en National City, pero no puedes seguir escapando de ello. Además, Kara, ambas sabemos que eres una guerrera, no una de esas mujeres que se esconden cuando las cosas van mal.

—No es tan fácil, mamá, créeme.

—La vida nunca lo es, pero no renuncies a algo que amas sin luchar hasta el último aliento, de lo contrario lo lamentarás siempre.

Sus ojos me miran con sabiduría. Deposita un beso sobre mi pelo y se dirige hacia la puerta. Cuando la abre, se dirige a alguien que está al otro lado y que desde aquí no consigo ver:

—Puedes pasar.

Mamá me mira, me guiña un ojo y entonces... Lena entra en mi habitación. Estoy a punto de tirar la taza al suelo de la impresión. ¿Pero qué diablos...?

—¿Qué haces aquí? —pregunto.

Me pongo de pie y dejo la taza con su platito sobre el alféizar. De repente, tengo las manos temblorosas, el estómago se convierte en un nudo y las pulsaciones se me aceleran.

—Me gusta tu pijama. —susurra.

Me pongo colorada al recordar que, pese a ser casi las seis de la tarde, sigo en pijama. Estos días en casa de mis padres los pijamas se han convertido en mi atuendo diario, total, apenas salgo al exterior. Hoy llevo un esquijama estampado con estrellitas.

—No me has contestado. —Noto la lengua pastosa. Estoy nerviosa porque no me esperaba que Lena apareciera así, de repente, y más en casa de mis padres el día antes de Nochebuena. Hay varias horas de la ciudad hasta aquí. —¿Cómo sabías donde estaba?

—Felicity me lo ha dicho.

Frunzo el ceño y maldigo a mi amiga mentalmente por haberme descubierto y haber permitido esto.

—¿Y cómo has conseguido que mis padres te dejaran subir a mi habitación como si nada? Recuerdo que hace unos años no me dejaban estar aquí sola con nadie.

Posdata: Te OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora