Capítulo 15

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Cuando llegamos a La luna me enamoro enseguida del sitio. Unos proyectores recrean el cielo nocturno en el techo del local de copas y, pese a la música alta, se puede hablar sin tener que hacerlo a gritos.

—¿Por dónde íbamos? —pregunta Lena, tras regresar a la mesa con dos copas de gin-tonic.

—Por todo —le recuerdo.

—Ah, todo... —Lena se acomoda en la silla acolchada y da un trago al vaso, mirándome con profundidad. —Está bien. —Deja el vaso sobre la mesa y apoya el cuerpo hacia delante—. Te prometí que te lo explicaría todo y eso haré. —Una pausa, y luego—: Kara... Me gustas.

Acabo de dar un sorbo al líquido y tras sus palabras estoy a punto de ahogarme. Empiezo a toser intentando recuperar la capacidad del habla.

—¿Te gusto? —pregunto cuando siento las vías respiratorias libres de nuevo.

—Sí, joder, me gustas, me gustas mucho. Me gustas tanto que cuando me pediste llevar a cabo ese absurdo plan de conquista de Kate me enfade, porque joder, yo no quería ayudarte a conquistar a otra.

—No lo entiendo... Pero... Si siempre nos estamos pinchando.

—Eso es lo que hacemos tú y yo, pincharnos, porque nos relacionamos así. Pero eso lo hace más excitante. —Da un trago a la copa antes de seguir—. Kara, todo lo que dije sobre ti en la cena del viernes es cierto. Bueno, al menos la primera parte. Es cierto que al principio me sacabas de quicio con tu forma de ser, pero, de una forma incoherente y absurda, todo eso acabó por volverme loca.

Es la primera vez en años que alguien me dice algo así. Le miro intentando entender todas las cosas que me pasan por dentro en este momento. Miedo, desconcierto, regocijo... Unos dedos invisibles me pellizcan el corazón y me estremezco.

—Yo... no sé qué decir —confieso.

—No hace falta que digas nada, Kara. Sé que aún sientes cosas por Kate y no quiero presionarte. Solo quería que entendieras porque el otro día, cuando me dijiste que te besara para poner celosa a Kate, me negué. No quería que mi primer beso contigo fuera falso.

—Vaya... —es lo único que soy capaz de articular. El vértigo me trepa por el estómago y creo que voy a vomitar porque lo noto todo revuelto. Le miro y esta sensación se intensifica. Decido dar varios tragos a mi gintonic como si fuera un antiácido que pueda solucionar mis problemas estomacales.

—Kara, tranquila, no voy a pedir nada.

En uno de esos tragos, no acierto en acercarme el vaso en la boca y acabo por tirarme un poco encima, en el canalillo para ser exactos. Me sonrojo y Lena se ríe. Cojo una servilleta intentando arreglar un poco el estropicio.

—Si quieres puedo ayudarte a limpiarte.

—Eres una idiota. —Le tiro la servilleta hecha bola y se ríe aún más fuerte. Le saco la lengua y ella me mira vez con una ternura que me derrite. No sé qué me pasa con esta nueva versión de Lena, pero no soy inmune a ella y sus encantos.

—Tú también me gustas —confieso de repente, y lo digo a la vez que pienso en todas esas emociones que batallan en mi interior—. Pero estoy muy confusa, porque sigo sintiendo cosas por...

—Kate. —decimos a la vez.

—Llevo dos años enamorada de ella, Lena, si te dijera que ya no siento nada no estaría siendo sincera contigo.

—Lo sé, por eso te he dicho que no espero nada.

—Pero a la vez... Cuando estoy contigo noto algo aquí. — Me golpeo la boca del estómago con el puño cerrado—. Se me hace el mundo un torbellino y siento vértigo, como cuando miras el suelo desde una distancia muy alta y tienes miedo de caerte.

—A veces hay que dejarse caer.

Me muerdo el labio y me encojo de hombros:

—Sí, pero ¿y si me lanzo y al hacerlo abro los ojos de golpe y descubro que esto no es más que un sueño? Uno de esos sueños en los que caes de un edificio muy alto y al despertar te das cuenta de que nada es real.

—A veces hay que arriesgar, Kara, pero ehh... —Me toca la rodilla, un roce suave de su pulgar sobre la piel y me estremezco—. No tienes por qué decidir nada hoy. Ya iremos viendo, sobre la marcha, sin presión.

Afirmo con la cabeza y la velada sigue su curso.

Sacamos temas de conversación de cualquier sitio y, cuando a las dos de la madrugada nos avisan de que están a punto de cerrar, volvemos al coche y me acompaña a casa.

Lena es toda una dama y no se limita a dejarme en el edificio, sino que sale del vehículo y me acompaña hasta la mismísima puerta.

—Bueno... —susurro con las llaves en la mano—. Gracias por una primera cita tan agradable.

—Para mí también lo ha sido, Kara.

Le miro, parece inquieta. Mete la mano dentro del bolsillo de la cazadora y me tiende una bolsita de terciopelo negro. La abro con cuidado y cuando veo lo que hay dentro el vértigo se hace más intenso. Lo saco con cuidado. Es un dispensador de caramelos PEZ con la cabeza de Betty Boop. Es un modelo que no tengo.

—¡Me encanta! —le digo tan feliz que sé que los ojos me brillan sin necesidad de usar un espejo para corroborarlo—. ¿De dónde lo has sacado?

—El domingo fuimos al mercado de Sant Antoni a cambiar unos cromos y vi una parada donde tenían varios de estos. Le dije a Lori que los coleccionaba y lo eligió para ti. Sabía que te gustaría.

Miro el dispensador PEZ, luego la miro y al final la impulsividad acaba ganando la batalla. Me lanzo a su cuello, rodeo sus caderas con mis piernas y le beso. Este acto repentino la toma por sorpresa, pero consigue agarrarme bien y me devuelva el beso. Es un beso furioso, que se abre paso entre sus labios y se enreda en su lengua. Consigue apoyar mi espalda en la pared del edificio. Su lengua de repente se vuelve más exigente y abro más la boca soltando un jadeo. Su lengua me folla, o así lo siento. El beso es tan intenso que no puedo evitar mecerme mis caderas con las de ellas, con las piernas cruzadas por los tobillos y el deseo desbocado. Consigo despegarme un segundo de su lengua y le miro a los ojos.

—¿Quieres subir a mi casa? —Me froto contra ella y sus ojos oscurecidos me dicen que tiene tanta hambre como yo.

—Sí, quiero. —Traga saliva con dificultad—. Pero no lo voy a hacer.

Despliego las piernas y me dejo caer al suelo. La miro ceñuda:

—¿Por qué?

—No quiero que nos precipitemos, Kara, te lo he dicho antes. —Me besa suavemente la nariz—. Aunque ahora ya sé que para ponerte caliente solo tengo que regalarte uno de esos dispensadores.

Me pongo roja y le golpeo con la mano, sintiéndome avergonzada.

—¡Imbécil!

—Preciosa.

Nos quedamos mirando un segundo y me doy cuenta de que, Dios, Lena me gusta, me gusta mucho, demasiado.

—¿Nos vemos el lunes? —pregunta.

—Claro.

Se acerca y deposita un suave beso en mi mejilla. Nos despedimos con la mano y se espera hasta que entro en el portal para arrancar el coche y desaparecer. ¡Ay, madre! Menuda nochecita. Esta noche Rayancito va a tener mucho trabajo por delante...

Posdata: Te OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora