Capítulo 7

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Es viernes por la noche y estoy encerrada en el baño acabando de arreglarme. Me he alisado el cabello y ahora estoy peleándome con el rizador de pestañas. Mentiría si dijera que no estoy nerviosa. Estoy tan nerviosa que me he tenido que tomar una tila triple.

Llaman al timbre de abajo. Doy un pequeño salto con el rizador de pestañas en la mano y el corazón da un salto mortal.

¡Mierda! He estado a punto de sacarme un ojo con él.

Miro la hora en el móvil con fastidio. Aún faltan unos minutos para las nueve y media, que es la hora en la que he quedado con Lena. ¿Ha llegado antes? ¿Es que no sabe que nadie llega a tiempo a nada? Vuelven a llamar al timbre de abajo, cojo el telefonillo y respondo:

—Sube, por favor.

Mientras, me lío a ordenar un poco el salón. Por suerte no soy la persona más desordenada del mundo, y una vez quitada la ropa de encima del sofá, parece un lugar decente. Suena el timbre de arriba y corro hacia la puerta para abrirla. Cuando lo hago, me encuentro con Lena que me mira con la expectación grabada en su cara. Está guapa. Más de lo habitual, quiero decir. Lleva una cazadora de cuero negro encima de una camisa blanca, unos jeans oscuros que se ajustan perfectamente a sus piernas y unas botas de caño corto oscuros.

Vaya, esta mujer si es hermosa, y el pintalabios rojo...

—Lo normal en este tipo de situaciones es que me invites a pasar. Aunque si quieres, podemos quedarnos aquí toda la noche. Por cierto, bonita bata.

Aparto mi mirada de ella, frunzo el ceño y le dejo pasar mientras me regaño mentalmente por haber abierto con mi bata roja de Betty Boop y mis zapatillas con pompones. Debajo llevo un vestido negro. Me he puesto la bata para no ensuciarlo de maquillaje. No hay algo que odie más que tener que cambiarme la ropa por una mancha en el último momento (y como habrás adivinado, me ha pasado más de una vez).

—En las normas sociales no escritas, llegar antes a un sitio es de mala educación.

Cierro la puerta y observo a Lena adentrarse en mi piso. Lo hace observándolo todo con atención. Pese a ser un piso de alquiler, le he dado mi toque y estoy muy contenta con el trabajo que he hecho con él. En su momento pinté los muebles antiguos de blanco y pasaron de tener aspecto antiguo a estilo vintage, además, hay plantas y fotos por todas partes, algo que le da un aspecto acogedor. Cuando sus ojos se fijan en el aparador pegado a la pared perpendicular a los grandes ventanales, mis mejillas se arrebolan ligeramente. Ahí es donde tengo mi colección de dispensadores de caramelos PEZ, y es que aquí donde me ves, tengo mis rarezas.

—¿Y esto? —pregunta tocando el vidrio con suavidad. Me acerco a ella y me coloco a su lado, observando las hileras coloridas.

—Los colecciono —explico sin más adornos.

—¿En serio?

Afirmo con la cabeza y descorro la puerta de vidrio. Lena aprovecha para alargar la mano y coger uno, el de Lisa Simpson. La expresión de su rostro cambia. Parece destensarse. Cuando una sonrisa enigmática se dibuja en sus labios no puedo evitar preguntar:

—¿Y esa cara?

—Te pega. —Levanta sus ojos hacia los míos y sonríe.

—¿El qué?

—Coleccionar cosas absurdas. —Se ríe entre dientes y lo vuelve a dejar a su sitio—. ¿Cuál es tu favorito?

—Este. —Cojo un tubito con el cabezón del Pato Donald y se lo enseño. Ella lo coge de entre mis manos como si se tratara de un tesoro muy valioso, con cuidado, y hay algo en esta delicadeza que me remueve algo por dentro—. Está un poco descolorido por aquí —digo, señalándole el plástico visible en el gorrito azul, que muestra en sus imperfecciones la huella del tiempo—. Pero fue el primero.

—Con él empezó todo —dice, dedicándome una sonrisa llena de ternura—. ¿Cuál es su historia? —Me lo devuelve y lo cojo para volver a dejarlo en el hueco libre.

—Un sábado al mes mi abuelo pasaba a buscarme por casa y me llevaba al cine con él. Teníamos una conexión muy especial, ¿sabes? Él era un hombre rudo, algo tosco con la gente, pero conmigo siempre era dulce y bueno. Lo quería muchísimo. Y le encantaba el cine. Siempre me dijo que, de haber podido elegir su futuro, hubiera sido cineasta. Pero bueno, ya sabes cómo eran las cosas antes. Uno no elegía lo que quería ser, sino que acababa siendo lo que debía ser. Y él tuvo que hacerse cargo de la empresa agraria familiar. —Hago una mueca y miro a Lena que me observa con atención, como si la historia le fascinara. Cojo aire y sigo con la explicación—: El caso es que, una de esas tardes, me trajo este dispensador de caramelos PEZ como regalo y, desde entonces, cada vez que venía a recogerme a casa, me traía uno. Se convirtió en una especie de rutina tácita que terminó cuando yo me hice más mayor y dejé de tener tiempo para él. —Cierro la vitrina y me encojo de hombros. —Murió el año que yo empecé la universidad. Cuando regresé a casa y vi la hilera de dispensadores PEZ encima de la cómoda, me los llevé y empecé a coleccionarlos. Me recuerdan a esos momentos felices de mi infancia. —Trago saliva y, por unos instantes, viajo en el tiempo. Recuerdo su ropa, siempre perfectamente planchada, sus manos grandes y fuertes y la colonia fresca que siempre usaba y que me hacía sentir paz y calma—. Cuando pienso en aquella época, no puedo evitar pensar que debería haber pasado más tiempo con él. Pero supongo que me acabé convirtiendo en una adolescente egoísta y caprichosa que prefería salir los fines de semana con sus amigos a pasar tiempo con su abuelo.

—Es normal, ya se sabe que la adolescencia es una época complicada que nos convierte a todos en pequeños monstruos con más hormonas que neuronas.

—Sí, supongo que sí.

Nos miramos con una sonrisa cómplice y el silencio se instala entre nosotras. Hay algo en su forma de mirarme que me incomoda. Me mira como solo se mira a las cosas que entiendes, y que me mire así, de esta forma tan intensa y llena de comprensión, me asusta más que su lengua afilada.

—Bueno, acabo de prepararme y nos vamos, ¿vale? — digo intentando romper esta burbuja de intimidad que nos envuelve. —Cinco minutos.

Y antes de que ella pueda decir nada más, me encierro en el cuarto de baño, rizador de pestañas en mano.      

Posdata: Te OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora