Al día siguiente, cuando me despierto, la sensación de desazón no me abandona. Siento los nervios en el estómago y la imagen de Lena y Diana no desaparece de mi mente. No dejo de pensar que son la una para la otra; parecen haber sido programadas para estar juntas. Intento empujar esos pensamientos nocivos hacia el fondo de mi mente, hacia algún cajón oscuro y poco transitado, pero de vez en cuando vuelven a salir a la superficie.
En fin, esta noche he quedado con Lena e intento ponerme guapa. Me pongo mi vestido de color rojo, el de nuestra primera cita, y unos zapatos de tacón de color negro. Cojo el metro y, poco después, me encuentro llamando a la puerta de Lena. Intento dibujar una sonrisa despreocupada en los labios, necesito fingir que todo está bien y que nada me inquieta. Sin embargo, cuando Lena abre la puerta, se me encogen los músculos del estómago, porque no está sola. Diana está sentada en su sofá. Sé que esto no tiene por qué significar nada. Por mucho que no me guste, Lena y Diana tienen algo importante en común. Una hija en común. Algo que les unirá para siempre, mal me pese.
—¿Llego pronto? —Trago saliva e intento sonreír, aunque estoy convencida de que mi sonrisa ahora mismo es forzada y vacía.
—No, tranquila. —Me cede el paso, pero la verdad es que no me apetece mucho entrar en su casa ahora mismo. El ambiente está crispado y el rostro de Diana expresa enfado e irritación. Algo me dice que he llegado en medio de una discusión. —Diana ya se iba.
Diana se levanta, me mira de reojo con desdén, coge su abrigo, su bolso y se va, tras dar un portazo.
—¿Qué ha pasado? —me atrevo a preguntar.
Lena se frota el rostro con las manos. De repente parece muy cansada.
—Prefiero no hablar de ello
—¿Pelearon?
—Kara... —susurra—. ¿Podemos ir a cenar y dejar este tema? Por favor.
Yo quiero hablar de ello, saber lo qué ocurre, por qué se han enfadado, pero la angustia que expresa su rostro es suficiente para entender que no voy a poder arrancarle ninguna palabra más.
♥ ♥ ♥
Vamos a cenar a un restaurante cercano y la noche pasa envuelta en un silencio incómodo. Lena está reflexiva y no atiende a lo que le digo, lo sé por la forma en la que responde mis comentarios con monosílabos.
—¿Dónde está Lori?
—Con mi madre —se limita a decir.
Cuando regresamos a su casa son solo las diez. Estoy a punto de decirle que me marcho a mi casa, pero nada más entrar por la puerta, Lena me empotra contra una pared y empieza a besarme con intensidad. Su lengua es demandante, se abre paso entre mi boca y me devora. Es un beso furioso, que le devuelvo al principio algo confusa, pero enseguida me dejo llevar por su deseo. El abrigo resbala entre mis brazos. El suyo cae pesadamente al suelo. Me sube la falda, sin dejar de besarme, y me agarra del trasero, atrayéndome hacia ella. En ningún momento su lengua y la mía se desenredan, más allá de las bocanadas de aire que buscamos para volver a enredar las lenguas de nuevo. Sus manos se internan entre mis bragas y me tocan en el punto exacto, ese punto que me hace jadear contra su boca.
—Fóllame —le pido.
Sus manos tiran del elástico de mis bragas hasta que estas se rompen por la costura. Siento como sus dedos se dirigen de nuevo a mí y penetrarme.
—Oh, joder —susurra contra mi boca.
—Joder, sí —murmuro yo.
Me besa con una desesperación que habla mucho más que lo han hecho esta noche sus palabras y empieza a follarme en rápidos empujones con sus dedos que entran y salen de mi interior con ímpetu. Noto el desasosiego en su forma de follarme, como si quisiera quitarse de encima algo que le duele a base de sexo furioso. Su cuerpo choca contra el mío sin cesar. El sonido de nuestros gemidos se mezcla con el sonido del golpeteo de mis caderas con su mano. Puedo sentir que ella está al borde, y la excitación me arrastra.