Capítulo 3

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 A la mañana siguiente encuentro a Felicity en la puerta del Starbucks, esperándome. Nada más verme intuye que algo malo ocurre. Ni siquiera me he arreglado. Me he peinado con una coleta desaliñada, me he vestido con el chándal que uso para estar por casa, y tengo los ojos enrojecidos de la llorera que me he pegado esta noche. A su lado, parezco una sintecho a la que ha recogido de la calle. Ella, en cambio, está preciosa. Un vestido verde botella se adivina bajo la gabardina abierta. Lleva la melena rubia suelta sobre los hombros, en unas ondas que enmarcan su rostro.

—¿Estás bien, cielo?

Niego con la cabeza y noto las lágrimas picarme en los ojos. No quiero llorar, no ahora. Entramos, pedimos y nos sentamos en unos sillones libres, pegados al ventanal. El olor del café flota en el aire y la música chill out típica de estos establecimientos nos invita a relajarnos. Yo me he pedido un Chai Latte y una dona de fresa. Felicity se ha pedido un café solo extra grande y una cookie de chocolate con avellanas. Ahí va otra de las grandes verdades de Kara que debes conocer: no me gusta el café ni tampoco me gusta el chocolate.

Mientras nos tomamos nuestras bebidas, le explico lo ocurrido la noche anterior, cosa que también me ayuda a ver las cosas con perspectiva. Puede resumirse en tres ejes principales:

Primero: fui a casa de Kate pensando que me declararía su amor. En vez de eso, me confesó que estaba enamorada de otra, con la que, además, está saliendo desde hace dos meses.

Segundo: en el fulgor del momento yo le dije que también estaba enamorada de alguien. Por misterios inexplicables de la vida, ella creyó que me refería a Lena.

Tercero: cuando en un ataque de locura transitoria afirmé lo de Lena, me pareció ver cierto brillo de inquietud en sus ojos. ¿Eran celos o solo sentido de protección de una amiga hacia una amiga?

Felicity me escucha con atención, rompe con cuidado la galleta entre sus dedos antes de metérsela en la boca y suelta algún que otro monosílabo. Cuando termino de hacer la explicación, se limpia los dedos con una servilleta y me mira fijamente con sus enormes ojos azules.

—En gran problema te has metido, Kara. —Suelta una risita y yo hago un mohín, aunque no me engaño, sé que tiene razón—. A ver, por partes. Lo de la novia es un problema, pero no es el fin del mundo. Según Cosmopolitan, el 67% de relaciones que se mantienen antes de los treinta suelen acabar en ruptura. —Pongo los ojos en blanco. Felicity tiene una especie de obsesión con la revista Cosmopolitan. Hay gente que tiene fe en una religión y luego está Felicity, que tiene fe en todo lo que dice esa publicación femenina. —Además —prosigue—, ya tuvieron una relación antes y no les salió precisamente bien, ¿no?

—De eso hace una eternidad. Eran adolescentes.

—¿Y qué? Ya sabes lo que dicen: segundas partes nunca fueron buenas.

—No sé, Felicity. Está muy colada por ella. Si le hubieras visto como le brillaban los ojos cuando me explicó su historia... —Me acerco un dedo en la boca y hago un gesto como si tuviera ganas de vomitar.

—Pero se molestó cuando le dijiste que estabas liada con Lena... —Vuelve a soltar una risita que acaba convertida en una carcajada. La miro con los ojos entornados. Ella sigue riéndose. Puedo ver unos lagrimones cayendo por sus ojos.

—Bueno, ya está bien con las burlas, ¿no?

—Lo siento, nena, es que estamos hablando de Lena. ¡Tú odias a Lena!

—¡Lo sé!

—¿Qué procesos mentales le llevaron a pensar que estabas enamorada de ella? Y ¿por qué tú no lo desmentiste?

—No lo sé, mujer. Todo pasó muy rápido, me colapsé. Y luego discutimos porque yo malinterpreté algo que ella dijo y... no sé. Salió así.

—Bueno, pues saca partido a toda esta confusión. —Me mira pícara y yo alzo las cejas con interés.

—¿Cómo?

—A ver, ella te ve como Kara, la chica con la que puede contar siempre que lo necesita porque está disponible. A todos les gusta un poco de dificultad. Lo fácil es aburrido. Tienes que ser inaccesible.

—¿Te das cuenta de que eso que dices no es más que una sarta de estupideces? —murmuro dando un trago a lo que queda de mi Chai Latte.

—Estupideces o no, es la verdad. Lo leí en Cosmo...

—En Cosmopolitan, sí, ya —la interrumpo. Ella pone morritos por no haberle dejado terminar y yo resoplo frustrada—. Pero a mí ese tipo de juegos no me van. ¿Cómo se supone que tengo que hacerme la inaccesible?

—Sacando provecho de tu romance imaginario con Lena.

Abro los ojos como naranjas: —Ah, no, no, dejaré pasar un par de días y luego le diré a Kate que lo mío con Lena ha terminado. No puedo mantener esa mentira mucho tiempo. Como Lena se entere de esto va a ser mi final.

—Haz lo que quieras, cielo, pero para que Kate te vea con otros ojos, tienes que actuar deprisa, antes de que, lo que tenga con esa arpía, sea demasiado serio.

Clavo la mirada en el vaso de plástico que sostengo entre las manos mientras pienso en ello. Quizás Felicity tenga razón, pero todo esto es una locura. Una maldita locura de la que me acabaré arrepintiendo tarde o temprano.

—Bueno, cambiemos de tema, ¿cómo vas tú con tu proyecto de novio?

Se muerde el labio: —Lo hemos dejado.

Felicity suspira con profundidad y me pone al corriente de todo. Llevaba unas semanas viéndose con un hombre, parecía que todo iba bien, pero hace cinco días que no le responde a los mensajes. Lo que en el diccionario de cualquier soltera significa que se ha cansado de ella o ha encontrado a otra. La pobre Felicity lleva una racha bastante mala en cuanto a hombres. Debe haberse topado con los peores especímenes de Estados Unidos. Desde que su novio de toda la vida rompió con ella, va dando tumbos de relación en relación sin encontrar el hombre indicado. Ella no cree en los rollos de una noche, le gusta estar en pareja, pero hasta ahora no ha tenido mucha suerte en el amor. De hecho, yo la conocí gracias a eso. Hacía poco que me había mudado en la ciudad y me sentía sola porque no conocía a nadie. Aquella noche salí a tomar algo en un pub. Aún no había entrado en Catco y trabajaba en una pequeña agencia de marketing a media jornada.

En un momento dado, fui al baño, hice un pis y cuando salí para lavarme las manos, la vi. Estaba sentada en el suelo y lloraba como una madalena. Me senté a su lado, le di un pañuelo, intenté consolarla, y me explicó que un hombre acababa de romper con ella por mensaje. Aquella noche hablamos hasta la madrugada, nos explicamos nuestra vida, bebimos juntas hasta acabar borrachas y terminamos en su casa, durmiendo juntas sobre la alfombra del salón mientras veíamos El diario de Bridget Jones. Desde entonces somos íntimas.

—Empiezo a estar harta, Kara. Creo que debo empezar a afrontar la realidad: el amor no está hecho para mí.

—No digas eso, aún eres joven —le recuerdo. Felicity tiene veintinueve años, yo veintisiete.

—Voy a ser una solterona, como mi tía Mercedes.

—No vas a acabar como tu tía Mercedes —la animo.

Para Felicity, su tía Mercedes es todo lo que ella no quiere ser. Está soltera, vive con una jauría de gatos, no sale nunca de casa y tiene una obsesión un poco enfermiza con la Teletienda. Su casa parece un museo de objetos absurdos. Consigo sacarle una sonrisa y seguimos hablando sobre hombres un buen rato, hasta que se hace tarde y decidimos acercarnos hasta la Ciutadella para pasear un rato antes de acabar comiendo en nuestro restaurante japonés preferido.

Confieso que no puedo dejar de pensar en Kate, Lena y todo lo que está por venir el lunes...

Posdata: Te OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora