Vuelve a ser lunes y llego al trabajo con la cabeza hecha un lío. Me he pasado el fin de semana encerrada en casa, comiendo helado de fresa y haciendo un maratón de capítulos de Crazy E x Girl Friend . No ha servido de mucho si tengo que ser fiel a la realidad. No he podido quitarme de la cabeza el beso que me dio Lena antes de marcharse el viernes por la noche.
No solo porque fue el mejor beso que me han dado en la vida (que lo fue), sino porque no entiendo el motivo por el que me lo dio. Lena me odia, ¿no? ¿Cómo puedes besar así a alguien al que no soportas?
Aunque lo verdaderamente traumático de todo el asunto es: ¿Cómo es posible que ese beso despertara en mí tantas emociones? Porque lo hizo, las despertó. La verdad es que no me entiendo ni yo. Además, este fin de semana no he podido ver a Felicity porque lo ha pasado en casa de sus padres, que viven en un pequeño pueblecito costero. Hemos hablado por Skype y me dijo cosas que me hicieron pensar mucho:
—Cariño, ya sabes que yo nunca he entendido ese odio acérrimo que se profesan Lena y tú. Quizás no era más que una barrera para esconder la atracción y con todo este asunto esta barrera ha caído y la atracción ha salido a la superficie.
Cuando me lo dijo me reí, porque nunca he fantaseado con Lena en esos términos. He fantaseado en hacerle la zancadilla o en echarle laxante en el café, travesuras sin importancia, pero nunca antes había visto a Lena como alguien sexual.
Además, siempre le he visto demasiado fuera de mi alcance. En la Universidad un amigo mío tenía una teoría sobre la atracción interpersonal. Según su teoría, todas las personas tenemos una puntuación y nos sentimos atraídas por personas que tienen una puntuación parecida a la nuestra. Por ejemplo, si eres un cinco, te fijas en gente que tenga una puntuación de cuatro a seis porque apuntar más alto es perder el tiempo. En su momento ya le dije que esa teoría me parecía una porquería, porque la puntuación la establecía a partir del físico, y las personas somos más que carne y huesos, pero es cierto que a la hora de fijarme en alguien siempre he descartado de primeras a las que me han parecido demasiado atractivas, por considerarlas inalcanzables.
Soy realista. Soy un siete como mucho, y Lena es un nueve como poco. ¿Cómo iba a fijarse una chica como ella en alguien como yo? Así que aquí estoy, en el ascensor del edificio de oficinas subiendo hasta la planta donde se encuentra Creative Energy, muy nerviosa. Un hormigueo me recorre la boca del estómago y siento las piernas como si se hubieran convertido en gelatina. Cuando el sonido habitual me anuncia que he llegado a mi destino, cojo aire con fuerza y me dirijo hasta mi sitio con paso firme. Intento dar apariencia de seguridad, aunque por dentro me siento tan nerviosa que tengo el estómago revuelto y ganas de vomitar. Nada más entrar por la puerta del departamento, mis ojos se elevan y recorren el espacio en busca de Lena.
Me sorprende no encontrarle, porque ya son las nueve y ella nunca llega tarde. Una punzada de decepción me recorre el estómago. Cuando pasan unos minutos de la hora de entrada doy por supuesto que Lena no va a venir. Suele faltar muy poco, así que una alarma se enciende en mi interior. ¿Y si no ha venido por lo que ocurrió el viernes? Voy hasta la sala de descanso para prepararme mi té de primera hora. Nada más colocar la taza en el microondas y girarme, veo a Mina de Personal en la máquina del café. Como quién no quiere la cosa, me acerco a ella y tras intercambiar un par de preguntas de cortesía me pongo en modo confidente.
—No he visto a Lena esta mañana —digo, tras recoger la taza del microondas cuando el aparato profiere un pitido—. ¿Sabes algo de ella?
—Sí, ha llamado hace unos minutos para avisar de que se encontraba indispuesta. —Se ríe tontamente—. Me han dado ganas de decirle que si quiere voy a hacerle una visita para jugar con ella a médicos y enfermeras.
Ese comentario hace que una emoción amarga recorra mis venas. Si no fuera completamente imposible, diría que son celos.
¿Celosa yo? ¿Por Lena? Eso no tiene ningún sentido, ¿no?
Me despido de ella y regreso a mi sitio. La verdad es que sin ella la mañana pasa muy lenta. No hay miradas, ni discusiones, ni nada que la haga más llevadera. No dejo de pensar en Lena y en lo que ocurrió el viernes. No soporto la idea de que nuestro beso sea el motivo de que haya faltado al trabajo. Quizás se arrepiente o se siente avergonzada por ello. Quién sabe.
La incertidumbre me mata. La paciencia nunca ha sido una de mis virtudes. Necesito verle y aclarar todo este asunto que me concome por dentro. Así que, antes de salir de la oficina, busco su dirección en la intranet de la empresa. Aún guardo la contraseña de la zona privada de cuando envié a Julia de contabilidad unas flores el día que se convirtió en mamá. Me apunto la calle y el número de puerta y piso en el móvil, compruebo que ya se ha acabado la jornada laboral y, tras despedirme de todo el mundo, salgo rápido.
♥ ♥ ♥
Lena vive en un edificio de ladrillo rojizo en una zona tranquila del Poblenou. Justo cuando llego al portal, este se abre y sale una mujer mayor. Aprovecho la ocasión para colarme dentro y subir en el ascensor. En cuanto estoy frente a su puerta, noto como las palmas de las manos me sudan, así que me las paso por la falda del vestido y aprieto al timbre. Los nervios me sacuden la parte baja del estómago y me olvido hasta de respirar. Un escalofrío me recorre entera y siento como la determinación que me ha llevado hasta aquí empieza a flaquear. Justo cuando estoy a punto de dar la vuelta y salir corriendo escaleras abajo dejándome llevar por las inseguridades y los miedos, la puerta se abre. Parpadeo un poco confusa al no ver nadie al otro lado.
—¡Aquí abajo! —exclama una vocecita. Bajo la mirada y me encuentro a una niña pequeña. Lleva un esquijama en forma de pingüino. Tiene el pelo negro y sus ojos, enormes y muy verdes, me observan con gran curiosidad. ¿Me habré confundido de piso?
—Perdona, yo... —empiezo a decir, pero entonces oigo una segunda voz, una voz que conozco muy bien.
—Mi amor, ¿qué te he dicho sobre abrir la puerta...? —La frase muere en los labios de Lena cuando llega hasta la puerta y me ve al otro lado. En mi mente el "mi amor" cobra sentido.
Mi amor.
El nombre de la persona que le llama todos los días y que yo pensaba que era el de una novia o amante corresponde a esta pequeña que sigue mirándome como si fuera la cosa más fascinante que ha visto nunca. Al comprender lo que esto significa, me quedo, literalmente, sin palabras.