Capítulo 27

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Tenía pensado publicar dentro de dos días pero, veo que están en suspenso por la continuación y me apresure a editar este capítulo hoy. Que lo disfruten o no 🤭

























(Lena)








Kara no responde el teléfono, tampoco responde a mis mensajes. Esta mañana no ha venido al trabajo porque, según Mina de Personal, no se encontraba muy bien. No hace falta ser Sherlock Holmes para comprender que algo no funciona bien.

Llamo a mi madre para decirle que llegaré a casa algo más tarde de lo habitual y, a las seis en punto, salgo de la oficina y me dirijo a casa de Kara. Tengo un mal presentimiento y no hay manera de sacudírmelo de encima.

Media hora más tarde estoy frente a su portal y llamo al interfono. La puerta se abre sin ni siquiera preguntar quién soy. Decido subir por las escaleras cuando veo que el ascensor no está en la planta baja. La ansiedad por verla me puede.

Llego a su corredor y me encuentro con la puerta de su piso abierta. Paso con sigilo y cierro tras de mí. Nada más asomarme un poco, la veo de espaldas, mirando la vitrina de su salón llena de dispensadores de caramelo PEZ dispuestos en fila. Me acerco a ella. Sus hombros están caídos y su pose parece floja, como si en cualquier momento fuera a desvanecerse.

—¿Kara? —Se gira con un movimiento lento. Tiene los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando. —¿Estás bien?

—No —susurra.

No levanta la mirada de sus manos, que sujetan el dispensador en forma de Pato Donald que me enseñó el primer día. Recuerdo a la perfección lo que me dijo de el, que le traía los recuerdos más felices de su infancia.

—Kara, ¿qué pasa?

—Tenemos que hablar —me dice fingiendo una determinación que no tiene. Su labio ha temblado al hablar y su voz se ha quebrado a media frase.

—Me estás asustando —confieso. Se me aceleran las pulsaciones cuando me mira y veo un brillo triste en sus preciosos ojos azules.

—Siéntate.

—No quiero sentarme, Kara, estoy bien de pie. ¿Me puedes explicar de una maldita vez qué ocurre?

—Yo... Todo esto me viene grande, Lena. —suelta en un susurro.

Oigo lo que dice, pero me cuesta varios segundos entenderlo. La boca se me seca cuando intuyo lo que se esconde tras esas palabras.

—¿Qué significa eso?

—Yo... no puedo seguir así...

—Mírame —susurro.

—Que tengas una hija, la aparición de Diana...

—Mírame —repito.

—Es demasiado para mí. Yo... no puedo...

—¡Qué me mires, maldita sea!

Kara levanta el rostro y clava sus ojos tristes en los míos. No entiendo nada, porque lo que me dicen sus ojos se contradice con lo que me dicen sus labios.

—Lena... —susurra con la voz estrangulada.

—¿Me estás dejando?

—Yo... lo siento, pero nuestra relación no tiene futuro, dejarlo ahora es lo mejor.

—¿Lo mejor para quién?

—Para las dos.

Me quedo de piedra sin saber que decir. No sé qué ha podido cambiar de un día para el otro. Ayer, antes de acostarme, la llamé, como cada noche, y hablamos durante varios minutos como si nada. Aún recuero el sonido de su risa verberándome en el estómago, haciéndome sentir bien pese a todo el drama que envuelve mi vida desde hace unas semanas.

—¿He hecho algo? —pregunto, la voz me traiciona y sale temblorosa.

—No has hecho nada. Es solo que yo... no puedo seguir con esto. Tienes una persona de tu pasado que siempre regresa a ti como un boomerang, y es la madre de tu hija, a la que quieres con locura. ¿Y yo quién soy? Solo una chica algo desequilibrada, torpe e impulsiva con la que discutías hasta la saciedad hasta hace un par de meses.

—No lo entiendes, ¿verdad? —Siento la ira recorriéndome por dentro—. No eres solo eso, eres mucho más. Eres el mundo en el que me refugio para sentirme a salvo. Eres la mejor parte de mis días. Eres la luz, el color. Aunque seas torpe, aunque hables demasiado alto cuando te excitas, aunque seas propensa a hacer el ridículo... Eres la persona con la que quiero formar una familia y comprar una casa con jardín. Pero no una con valla blanca, no, porque la valla blanca es para los demás, para los que no son especiales, nosotras nos merecemos algo único, algo nuestro, por eso nuestra valla será de color rojo, rojo como el color del carmín de tus labios, rojo como el color del vestido que llevaste en nuestra primera cita.

Tiembla. Mis palabras le hacen temblar. Sé que ha reconocido esta última parte de mi discurso en referencia a aquello que ella solía decir respecto a su futuro idealizado con Kate.

—Lena, para —susurra. Las lágrimas empiezan a caer por sus ojos y se los limpia mientras intenta coger aire—. Tenemos que pararlo.

—Pero, ¿por qué?

Cierra los ojos y veo como el dolor de lo que está a punto de decir le recorre por dentro como si fuera veneno recorriendo sus venas.

—Por qué no estoy preparada para ser madre, Lena. Lo he estado pensando mucho estos días, y creo que lo mejor es que lo dejemos ahora, antes de que vayamos más en serio y Lori se encariñe de mí y descubramos que no estoy preparada para ser la persona responsable que necesitas a tu lado.

Un sabor amargo me inunda la boca. Esto no me lo esperaba. Me quedo sin saber que decir, porque no hay nada que pueda argumentar contra eso.

—Ella te quiere.

—Y yo a ella, pero no estoy preparada para una responsabilidad tan grande, Lena...

—Entiendo. —Me cuesta tragar saliva de lo seca que tengo la garganta—. Pero tampoco te pido que seas su madre, solo que seas el amor de mi vida, de mis días...

—Yo... Lo siento...

—No digas nada más. Es suficiente.

La primera en romperme el corazón fue Diana, a los dieciocho años. Fue duro y me fragmenté en mil pedazos, me fragmenté en trozos tan pequeños que creí que nunca conseguiría reconstruirme entera, al completo. Pero lo hice. Me reinventé, y no solo reparé los pedazos, sino que me convertí en una versión mejorada de mí misma, una versión capaz de sobrevivir a todas las embestidas posteriores, y es que Diana y yo tuvimos muchas idas y venidas a lo largo de los años.

Hoy, sin embargo, noto como el rompecabezas que había construido vuelve a desmontarse, hoy, por Kara, noto como vuelvo a romperme.

¿Qué se puede hacer cuando consigues cumplir un sueño y este se desvanece como humo al poco tiempo? Quedarte vacía.

Eso es lo que siento: vacío.

—Me voy —digo, sin dejar de mirarla con intensidad, como si pudiera absorberla con los ojos y guardarla dentro de mí para siempre. Necesito empaparme de ella, de sus ojos grandes y vivos, de su vitalidad, de su color, de su luz. De ella, mi momento preferido del día, mi sueño convertido en polvo.

—Espera. —Alarga su mano y me da lo que sujeta en ella, el dispensador de caramelos PEZ del Pato Donald. —Dáselo a Lori de mi parte. Despídete de ella por mí.

Lo cojo entre mis dedos. Trago saliva cuando sostengo entre las manos este pequeño tesoro. Recuerdo la película de Hook: El capitán garfio, y me es imposible no pensar que esto que sujeto entre las manos es para ella el catalizador de sus pensamientos alegres, aquello que le permite volar.

Salgo de su piso, cierro la puerta y me quedo unos segundos apoyada en la madera, con la mandíbula apretada y los ojos cerrados con fuerza. No me lo puedo creer. No puedo creerme que todo haya terminado. Que lo nuestro deje de ser.

Y, sin más, empiezo a bajar las escaleras, sintiendo como mi vida, que hasta hace unos minutos estaba llena de color, vuelve a teñirse de blanco y negro.

Posdata: Te OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora