Capítulo 28

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—¿Una excedencia? —pregunta Kate, mirándome con los ojos entornados.

—Sí, solo serán un par de meses, hasta que las cosas... se calmen.

Hace solo dos días que Lena y yo rompimos, pero están siendo los dos días más complicados de toda mi jodida existencia. Lena me duele, me duele porque la quiero, porque sé que ella me quiere y porque también sé que todo esto le está haciendo daño. Y la certeza de que no sé gestionarlo mejor me está matando por dentro. La cuestión es que no puedo trabajar con Lena, no cuando todo está demasiado reciente entre nosotras. Cada vez que la veo, cada vez que su mirada se encuentra con la mía... es como si un jodido dardo envenenado me acertara en el centro del corazón, como si este fuera una diana. No puedo seguir así.

—No sé qué ha pasado entre Lena y tú, Kara, pero estoy convencida de que pueden arreglarlo.

—Lo que ha pasado entre nosotras no se puede arreglar —musito.

—Pero se quieren.

—Eso no es suficiente en nuestro caso...

—¿Quieres hablar de ello? —pregunta. Entrelaza sus dedos y tira el cuerpo hacia delante, mirándome compasiva. No puedo evitar recrearme en su aspecto, en su pelo cobrizo y su rostro fino, que hasta hace unos pocos meses me hacía soñar en cuentos de hadas y finales felices. Nunca me hubiera creído que algún día me encontraría en su despacho suspirando por otra. Por mi archienemiga nada más y nada menos. Trago saliva.

—Preferiría no hacerlo.

Suspira y se encoge de hombros.

—De acuerdo, hablaré con los de recursos humanos. ¿Con dos meses tendrás suficiente? —Afirmo lentamente con la cabeza y ella alarga su mano hasta apretar la mía con cariño —¿Estás bien?

—No, pero lo estaré.

—Tú no te preocupes por nada nada. Yo me encargaré de arreglar todo el papeleo.

Le sonrío de forma forzada y salgo del despacho con la ansiedad agujereándome el estómago.

♥ ♥ ♥

Empiezo mi excedencia una semana más tarde. Kate, tal como me prometió, se ha encargado de hacer todos los trámites, y cuando llega el viernes, recojo mis cosas en una pequeña caja de cartón y me marcho a mi casa. He esperado a que todos se marcharan a casa para poder recoger las cosas sin ser vista. No le he explicado nada a nadie, solo a Felicity, que ha sido mi gran apoyo estos días.

Desde que Lena y yo lo dejamos, nuestras conversaciones son incómodas y me hacen sentir un vacío constante, como si fuera un recordatorio de algo que era mío y que ya nunca me volverá a pertenecer. No quiero hablar con ella sobre mi excedencia, no quiero que descubra a través de mi pena lo mucho que la echo de menos, lo mucho que añoro sus besos, su cuerpo pegado al mío, hundir mi nariz en el arco de su cuello o el olor que me inundaba cuando me abraza.

Cierro los ojos y me digo que ya pasará, que estas cosas siempre pasan, que nadie se muere de amor y que llegará un momento en el que pensar en ella, recordarla, ya no dolerá tanto.

Llamo a un taxi y llego a casa veinte minutos más tarde. Lo tengo todo preparado para irme una temporada a casa de mis padres. He puesto sábanas encima de los muebles y he hablado con Felicity para que se pase de vez en cuando a regar las plantas y mirar el buzón. Necesito irme de la ciudad, marcharme de aquí, estar lejos de todo lo que me recuerda a ella.

El pequeño pueblo en el que crecí es el mejor lugar para hacerlo. Sé que mis padres están encantados con la noticia, y también sé que mi hogar es un buen destino para convertir heridas en cicatrices. Cojo la maleta ya preparada con mis cosas, salgo de nuevo por la puerta y echo una última mirada a mi pequeño apartamento, sintiendo como el remolino de tristeza me acompaña hasta que cierro la puerta con llave, como si dejara allí todos los recuerdos metidos.

Posdata: Te OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora