Prólogo

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Athanasia era una niña no querida. Las sirvientas evitaban a la princesa olvidada, y sus temores eran comprensibles: ¿quién querría cuidar a una niña que es como una monstruosidad para su formidable padre? Era una niña traviesa y ruidosa; sin recibir la atención y el amor adecuado, creció retraída y extraña. Inmersa en los libros, en sus juegos solitarios y conversadora solo con Lily. Una rara niña olvidada, pero horriblemente crédula. Una ilusión–la vida de Athanasia en el Palacio Rubí.

Athanasia soñaba con una familia, como todas las niñas. Sabía que en algún lugar ahí fuera tenía un papá que era un emperador que, probablemente, estaba muy, muy ocupado, pero que seguro que, algún día, la visitaría y le diría lo buena que era por haber esperado tanto tiempo.

Había tardes en las que se tumbaba bajo las sábanas y leía, embelesada, cuentos de hadas felices y llenos de esperanza. Cuentos de princesas cuyas vidas, aunque eran complicadas, fueron, sin duda alguna, hermosas. En contraposición a la turbia, gris y casi incolora vida cotidiana de Athy. Ilustraciones vivas, gestos hermosos, palabras igualmente bellas: todo un mundo de libros. Una reunión familiar, un hermoso príncipe y el amor puro, precioso. Y Athanasia quería ser tan hermosa como las chicas de esas historias. Athanasia es una princesa, ¿no? Entonces debería intentar ser una buena chica para que todo el mundo se fijara en ella.

Ella lo pensó así y quiso desesperadamente complacer a su padre. Para que su padre la quiera, tendría que ser un poco más paciente...

"Si eres una buena chica, tu padre te querrá", le decía Lily a Athanasia todo el tiempo de pequeña, durante los caprichos de la infancia: cuando se negaba a comer sus gachas, cuando se escapaba de nuevo para caminar bajo la lluvia y cuando rompía accidentalmente una maceta.

A la edad de cinco años, atrajo mucha atención sobre sí misma, causando constantemente problemas. Bichos bajo las almohadas, huellas sucias en las sábanas limpias, juguetes desparramados.

No pudo conseguir el amor de su entorno de esa manera, por razones obvias.

¿A quién le gustaría tener un niño ruidoso y malhumorados que reclama atención? Todos los niños normales eran así, pero a diferencia de Athanasia, esos niños tenían sus propios padres normales que los castigaban por sus travesuras, pero seguían queriéndolos. Athanasia no tuvo ese privilegio. Lo único que obtuvo como respuesta a sus payasadas fue: irritación y total desprecio por su persona. Duros reproches, descontento, gritos. Las sirvientas ya ni siquiera le dirigían la palabra, lo que hacía que Athanasia se sintiera como en una cripta cuando Lily estaba ocupada con las tareas domésticas o salía de la ciudad. Se metió bajo los pies de las chicas, se interpuso en su trabajo y solo quería una cosa: atención. El silencio volvió loca a la niña. Todos vivían como en un sueño, excepto la propia Athanasia. Y a menudo el aburrimiento se apoderaba de ella como una avalancha de nieve, en un aturdimiento tan denso que ni siquiera podía levantarse de la alfombra: miraba fijamente a la pared o a la ventana, como si estuviera anestesiada o en una silenciosa estupefacción.

Lily no podía prestarle tanta atención como en sus primeros años, las joyas habían desaparecido casi por completo y, a los nueve años, la pequeña Athanasia ya no poseía dinero alguno para comprar un nuevo atuendo. Tuvo que economizar en muchas cosas. Posteriormente, había muchos menos juguetes con los que Athy podía jugar.

—Basta con todo esto, ¡necesitamos algo para apoyar a la princesa!—Athy oyó a Lilian gritar un día con rabia. La niña acunaba su conejo de peluche y examinaba cuidadosamente las puntadas de sus orejas, mientras que al otro lado de la puerta Lily discutía con la jefa de la limpieza—. ¿Te das cuenta de que Athanasia es la hija del emperador? ¿¡Qué crees que va a llevar en el debut y en los banquetes!?

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