Sistema de Caída

Capítulo 30. Una chica especial.

Su padre la había enviado a estudiar con Hestia para frenar la oscura masa de maná que llevaba dentro. Una vez a la semana iba con Harriet o Adam al Convento de Santa María, donde Hestia la acompañaba a las catacumbas de las Hermanas del Silencio y la ayudaba a liberar la materia extraña una y otra vez. A diferencia de la primera vez, no fue tan doloroso. Al parecer, ese poder también percibía el miedo y la debilidad de los demás, por lo que respondía al asco con agresividad. En cada sesión, Hestia intentaba enseñarle a manejar al ente ilícito, utilizando cualquier método (disponible para la Hermana Silenciosa) que pudiera. Pero fue una experiencia mediocre: la magia no estaba dispuesta a obedecer a su "recipiente", intentando a veces tomar el control del cuerpo, o destruir todo lo que le rodeaba. Hestia presionó el maná, devolviéndolo al cuerpo en cuanto Athanasia perdió de nuevo el control.

—Si vas a devorar mi alma, ¡obedéceme! Necesito fuerza, mucha fuerza, para ser útil a mi padre. —Athanasia levantó la palma de la mano, imaginando las negras raíces de los exuberantes lotos, desde las profundidades de su alma, pero solo salió una descarga de viscosa niebla gris. Golpeó la pared de piedra con el puño en señal de frustración.

"Es inútil, todo es inútil", hizo una mueca la princesa, quien una vez más había fracasado en su práctica.

La primera etapa fue la aceptación. Y el elemento oscuro en ella misma lo aceptó. Pero ella todavía no podía aceptarlo. La negatividad, la ira, la agresividad, todo lo que producía la materia oscura era ajeno a Athanasia. Hestia dijo que ella también sentía su rechazo, y que por eso no podía reconocerla como su dueña.

—También es un beneficio para mí —manifestó una vez Hestia—. Nadie ha podido estudiar la materia oscura en su totalidad antes. Siempre ha sido una sección prohibida de la magia. Únicamente las Hermanas del Silencio, el emperador y el sumo sacerdote tienen crónicas raras de ello.

—Hestia, ¿qué pasa con la magia imperial? ¿Sigue siendo tan complicado como antes? —Athanasia decidió preguntar—. ¿Cómo lo está llevando Evie?

—La magia imperial es estrictamente un regalo familiar. Eurídice lo posee, aunque no en toda su extensión. Tan solo un ojo —Athanasia recordó que los ojos eran el espejo de la magia real especial—. Tienes unos ojos preciosos, princesa, lo que significa un terreno fértil para desarrollar el potencial. Si la hueste mágica volviera algún día a tu cuerpo, el imperio tendría una heredera realmente digna.

Athanasia sintió un ardiente resentimiento y una sensación de desagradable injusticia: ¿por qué se habían comido a su huésped mágico, sin que ella lo supiera? Tal vez no quería desprenderse de su magia en absoluto. El hecho de que ahora hubiera un mago caminando por el mundo que le había arrancado parte de su maná sin piedad era bastante deprimente. Y un oscuro bulto en el pecho le oprimió dolorosamente la conciencia, haciéndole sentir sentimientos repulsivos: envidia de Eurídice, resentimiento hacia el emperador por no protegerla y miedo a su padre adoptivo por su propia inutilidad. Más que odio a los demás, en esos momentos tenía ira contra sí misma. Pero las terribles sensaciones no la hicieron sentirse mejor: la materia oscura era como un sabueso salvaje, sin correa, dispuesto a destruir todo y cualquier cosa, incluido su propio huésped. Era un recipiente que se alimentaba de Athanasia, pero no daba nada a cambio.

—Forma parte de ti. Un parásito quizás, pero un parásito que hará cualquier cosa para proteger a su huésped. Mientras estés en armonía con la oscuridad dentro de ti, la oscuridad estará de tu lado —insinuó Hestia, una y otra vez, obligando a Athanasia a "liberar" al vil bastardo que es su maná oscuro.

Pero, ¿cómo encontrar esa armonía? ¿Dónde está el límite donde termina la locura y el ego es irrelevante? ¿Por qué es tan difícil estar en unión con aquello que es tu parte inseparable?