Sistema de Caída

Capítulo 10. El pabellón de caza.

Las espinas, los arbustos de espino y los manzanos silvestres eran difíciles de atravesar. Athanasia se rascó los hombros y las palmas de las manos mientras caminaba por el bosque. La fuga de la mansión había tenido éxito. Cuando se enteró de que el Sr. Anastasius había llegado de nuevo de un "viaje de negocios", se apresuró a trabajar sus pies de la manera más vergonzosa. Salió por la ventana de la biblioteca y se fue así.

Lo evitó durante toda la semana, pero no fue difícil, ya que su patrón estaba constantemente ocupado y él mismo no tenía muchas ganas de ocuparse de por qué su alumno había decidido jugar al escondite. Pero al volver antes y expresar su deseo de cenar con ella... Rompió el plan de Athanasia llamado: "Esconderse del maestro el mayor tiempo posible". Así que no quedaba más remedio que huir. Athanasia decidió vagar por el bosque hasta que oscureciera y luego regresar. Quizás el Sr. Anastasius se cansaría de esperarla.

Un pesado y turbio velo de niebla se extendía sobre las oscuras aguas. En la orilla del lago brotaban densas hierbas, oscurecidas, bajo los rayos del sol poniente. Más allá del lago, había bosques interminables de los que Athanasia no podía ver el final, ni siquiera desde la ventana de su habitación. Era una vagabunda ciega en el desierto interminable, sin importar lo lejos que mirara.

Evitó con cuidado los viejos robles, las zarzas y los arces en expansión, pero la vegetación bloqueó el camino como un muro salvaje y desenfrenado. Las bayas brillaban de color escarlata a la sombra del follaje, y el olor de los conos de abeto permanecía en sus pulmones. Los caminos eran estrechos, las hierbas y las ramas se pegaban a su ropa y a su pelo, y un par de veces vio las marcas de botas humanas y patas de perro en el barro. Al menos, Athanasia esperaba que fueran solo perros.

Sí, era un perro, pero eso no facilitaba las cosas. Un perro de caza, que era casi tan alto como la propia Athanasia, apareció frente a ella y gruñó en su dirección de forma nada amistosa.

Athanasia se quedó quieta, como si fuera un ciervo frente a un depredador. Retrocedió lentamente, adentrándose en las sombras del bosque, haciendo crujir una rama casualmente bajo sus pies. En el silencio sepulcral, su corazón sonó extremadamente estruendoso, peligrosamente fuerte. Adam la apuntó con su ballesta, evaluándola con una mirada gélida, con cuidado, como un áspid antes de atacar. Todo dentro de la chica gritaba: "¡Corre! ¡Peligro!".

Athanasia no sabía a quién temer más, si al perro que gruñe o al hombre silencioso, pero mucho más peligroso. Veinte metros no era una gran distancia para Adam, y mucho menos para un perro.

Athanasia no tuvo tiempo de gritar, ni siquiera tuvo tiempo de hacer una mueca de dolor o de respirar finalmente algo de oxígeno en sus pulmones, que estaban perforados por el dolor. Un momento y una flecha pasó por encima de su cabeza, casi haciendo que Athanasia se volviera gris en un instante. Hubo un rugido de algo claramente vivo detrás de ella. Un chillido escapó de la boca de Athanasia y se desplomó sobre sus talones, aterrorizada por estar tan cerca de la muerte... El mareo le provocó un ataque de náuseas, pero... el perro saltó, con sus poderosas patas surcando la tierra negra y sus afiladas mandíbulas cerrándose sobre el cuello del puma. El animal resollaba y se retorcía, y la sangre goteaba de la herida que había dejado la flecha. El perro tenía a su presa entre los dientes, moviendo la cola con entusiasmo como si fuera un péndulo. Athanasia casi se desmaya.

—La señorita no debería ir tan lejos en el bosque sola. —Adam extrajo una flecha del cadáver, sujetando a Bruno–un enorme perro negro, de poderosas patas, dientes apretados y ojos saltones–por el collar. Adam examinó a la chica de pies a cabeza, comprobando que estaba de una pieza. Pero Athanasia estaba bien. Únicamente un rasguño en los tobillos y algunas ramitas en el pelo.