Capítulo 08 (editado)

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Pasado, aún.

Siento que me he deshidratado de tanto lamentarme en llanto bajo las mangas del abrigo, tengo las manos repletas con sangre seca de un hombre que aún después de muerto me llena el pecho de un enojo profundo solo con recordar su rostro, su malvada mirada.

Mis pies ya no pueden andar más al bajarme del tren en Bello Sacro, el cuerpo me desprende un olor desagradable a sudor, lágrimas, sangre y sufrimiento. Se ha hecho de noche nuevamente y las personas me miran como si fuese una indigente a pesar de tener el rostro cubierto por la capucha del abrigo, es que eso debo parecer.

Fueron muchas horas de viaje más las innumerables paradas, tiempo en el que solo me hice un ovillo en el asiento al lado de la ventana y me dediqué a soltar lágrimas maldiciendo mi vida, mi dignidad perdida y encima mi inocencia, me he convertido en una asesina, la reina tenía razón.

Después de una hora me escabullo entre los árboles hasta llegar a la calle de mi viejo hogar, puedo ver las ventanas del piso superior con las luces encendidas, incluyendo las de mi antigua habitación.
A las diez de la noche me siento en el césped del parque frente a mi casa, apoyo lo espalda adolorida en un árbol y me tapó el rostro aún más aunque casi no hayan personas.

Mi plan es esperar en este lugar hasta ver a mi hermano llegar, siempre solía regresar los martes a las once.

El tiempo pasa y los recuerdos se apoderan de mi pensamiento en seguida, comienzo a rascarme las piernas con molestia ante las cosas que me atormentan. Sin siquiera concentrarme lo suficiente aún puedo sentir sus asquerosas manos sobre mí, recuerdo cómo intentó evitar que escapara.

En mi mente está el retrato claro de como mi razonamiento se nublo y, apoyada en la mesa con él intentando volver a tomarme, sin pensarlo mucho tomé uno de los cuchillos que estaban en el estante y se lo clavé.

Mi hermano siempre me dijo que para espantar a un hombre debes amenazarlo con un arma blanca en el cuello. Yo solo lo asustaría para lograr escapar, pero la furia que sentía no me ayudó a detenerme.
No me detuve a pensar, no consideré que tal vez era un hombre con familia que sufriría su muerte. Lo último que vió fue mi rostro bañado en lágrimas y rojeces, mi expresión sorprendida ante lo que yo misma acababa de hacer.

Ahora llevo sobre mi el peor de los pecados, le arrebaté la vida a una persona que me arrebató las ganas de vivir. No sé que es peor, en lo que me he convertido, o que no me arrepiento de lo que hice.

Pasa al rededor de una hora cuando ya mi boca está agrietada de tantos daños que ha recibido por parte de mis dientes.
Entonces en ese solitario parque, dónde siento que he dejado las ganas de seguir viviendo, veo un carruaje detenerse frente a mi casa.

El pecho me aletea con una sensación extraña, esa mezcla de agonía y alivio me embarga el cuerpo cuando veo a mi hermano bajarse del carruaje y acomodarse las mangas de la camisa. En seguida recuerdo a Joane y esa manera tan admirable con la que observa a Kael y habla de él, debo verme yo igual de embelesada por el amor que siento hacia Oscar.

Espero que el carruaje se marche y con las piernas temblorosas, las manos como flan y mi corazón latiendo deprisa bajo mi pecho me levanto y corro hacia a él cuando está de espalda.

Antes de que abra la puerta, mis bracitos lo rodean desde atrás y no soy consciente cuando mi rostro se pega a su espalda y las lágrimas comienzan a salir nuevamente, él se queda estático ante tal arrebato y yo solo puedo pensar en todo lo que extrañé ese perfume.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora