La nariz se me ha inundado con un aroma que se me hará muy difícil olvidar, como a madera con especias. Si pudiera describir a lo que huele el aire fresco recordaría justamente el olor que desprende este hombre cuando está recién salido del baño, con la piel aún fría y el cabello húmedo.
Mi mejilla está aplastada contra la piel de su pecho, y ahora que estamos en una cama de sábanas limpias, con sus dedos rozando mi espalda y mi cara subiendo y bajando al ritmo de su respiración. Puedo decir con toda certeza que no me arrepiento de quedarme, y de tener que aguantar las miradas juzgonas de las doncellas.
A medida que el tiempo avanza, no se si es la luna entrando por la ventana o sus dedos haciendo círculos en mi cabello, pero mi pecho comienza a inflarse de una sensación extraña y de pronto siento ganas de llorar. Una de mis manos busca la suya y la aprieto, tal vez recordándome a mi misma que sigue ahí.
—Cuando eras pequeño ¿esta era tu habitación? —le pregunto, buscando distraerme.
—Si, nunca me ha gustado la alcoba principal —su voz se escucha tranquila, calmada. Hago un sonido con la boca para que me siga hablando —es demasiado cerrado, por la ventana que tiene a penas puedes sacar la cabeza.
—Pero este es muy abierto ¿qué haces en el invierno?
—Hay una chimenea frente a ti, Simonett —lo dice como si fuese lo más obvio del mundo, alzo la cabeza, mirándolo mal —además, tengo otra habitación. Si te preocupa el frío cuando vivas aquí tendrás miles de alcobas a tu completa disposición.
—No pienso volver a vivir aquí, era aburridísimo nunca poder salir.
—Pero ya no serías mi prisionera —casi puedo decir que mi pobre corazón se detiene por un instante, la verdad necesito unas clases de dignidad.
—Ni prisionera ni nada, jamas volveré a vivir en este palacio —las palabras me salen más violentas de lo que pretendo, pero es que ¿él qué pretende diciéndome esas cosas? ¿ilusionarme a tal punto que nunca lo pueda superar?
Kael se incorpora en la cama obligándome a sentarme, cuando estoy por bajar del colchón sus manos se ponen en mi rostro, pero me rehúso a mirarlo. Mis ojos van directo a su torso desnudo, luego decido que ese no es un buen lugar para plantar la mirada y me quedo en las sábanas.
—¿Estas enamorada? —lo cuestiona tan directo que no me da tiempo de tomar aire, creo que me quedo sin respirar, tal vez ni siquiera me muevo.
Escucho la respiración de Kael antes de moverse hacia mi, pero no para abrazarme como hace un momento, ni siquiera para darme un beso. Con las manos en mi rostro todavía me acuesta boca arriba, y yo me dejo llevar como si fuese una muñeca de trapo, pone todo su peso sobre sus piernas y brazos encima de mi. Ahora si o si tengo que mirarlo, o cerrar los ojos o ver sus brazos, ninguna opción me parece válida en este momento, pero tampoco tengo la resistencia para apartarlo.
—¿Por qué me preguntas eso? ¿te va a dar más rango para burlarte de mi? —una disimulada media sonrisa se le escapa y eso es todo lo que necesito ver para intentar empujarlo, pero mi acción impulsiva lo hace ahora reír —quítate de encima.
—No me estoy burlando de ti —aclara, endureciendo el temple de su cuerpo contra mis manos.
—¿Ah, no? ¿y que es esa risa? Yo no me la estoy inventando —tiene los ojos brillantes y la sonrisa de oreja a oreja mientras me ve.
—Simonett, si te estoy preguntando es porque quiero estar seguro de poder explicarte cosas.
—¿Tu queriendo darme explicaciones? Esto debe ser un milagro —ironizo, pero en lugar de enfadarse solo me mira con calma, acercando su rostro al mío para susurrarme.
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El monstruo de la reina (1) ©
Romance"Una travesía en la que aprenderás que el amor y el odio se miden con la misma vara." Simonett Khespy hubiese tenido una vida tal vez no perfecta, pero si con menos contratiempos, de no ser por esa copa de vino envenenada que torció el curso de su d...