Capítulo 05 (editado)

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Han pasado dos horas desde que Joane se marchó, inexplicablemente me siento más animada aunque sigo estando terriblemente famélica, sin embargo el que ella crea en mi inocencia y este dispuesta a escucharme ya es un gran avance.
Y todas mis esperanzas van en aumento cuando el guardia que custodia mi celda abre la reja y entra, tomándome del brazo con poca delicadeza.

—Levanta —me jala hacia arriba, sacándome de la celda

—¿Ha llegado el príncipe? ¿ya me van a escuchar?

Mi pecho da brincos de emoción cuando me sacan de la lúgubre celda, el preso de la celda frente a mi me sonríe aprobatorio mientras hace un gesto con las manos de que todo irá bien. El guardia no se detiene en ningún momento, tampoco responde mi pregunta.

Sigue jalando de mi por el largo pasillo hasta llegar casi al final, cuando pienso que nos va a conducir a las escaleras que llevan al exterior, da un repentino giro a la derecha, llevándonos por un camino desconocido.
La extensa área carece de calabozos, solo es un espacio largo, oscuro y sucio con una puerta de metal cerrada al final, hacia allá me lleva. Las dudas me asaltan de inmediato ¿quieren hacerme preguntas? ¿está ahí la reina o Kael habrá vuelto? ¿me van a interrogar o solo es Joane con mi comida luego de haber manipulado al guardia?

—¿A donde me lleva?

—Por su bien le aconsejo que guarde silencio.

Abre la puerta de una patada y prácticamente me tira dentro de la habitación, el corazón se me desboca cuando veo el interior de la misma.
En una esquina está la reina Salomé sentada, sus brazos cruzados y los ojos hinchados de tanto llorar, aunque luce tan impecable como siempre. Justo en medio de la habitación hay una soga y una silla detrás de un látigo. Me estremezco cuando veo a un hombre que no tendrá ni veinte años, con la cara cubierta por una tela gris con agujeros.

—Buenas tardes, simonett —habla por primera vez, el guardia se posiciona detrás de mí ¿para que? no lo sé, nadie sería tan estupido como para escapar en estas condiciones.

—Majestad —le devuelvo el saludo y unos segundos de silencio se alargan hasta que vuelvo a hablar — ¿qué es esto?

—Oh, métodos de confesión —intenta sonar altiva, pero yo no dejo de recordar a la dulce reina que conocí en el evento y compararla con esta, que parece una mujer distinta —a mi hijo le disgusta la cámara de tortura, pero nunca dijo nada sobre esta habitación.

—Pero... —balbuceo sin querer, casi no me salen las palabras cuando empiezo a entender porque estoy aquí —no pueden castigarme sin un juicio, yo no hice nada.

—No trates de usar tus balurdas defensas conmigo, vi como le sonreías a mi marido al darle la copa.

—Trataba de ser cordial.

—¡Tu cordialidad le ha costado la vida! —veo uno de sus ojos pestañear con un tic sutil, ella no puede estar bien de la cabeza —¿alguien te mando a hacerlo? ¿cuanto te iban a pagar?

—Oiga —el guardia me toma el brazo cuando intento moverme —yo solo iba en compañía de Isabel, no se ni quien es el hombre que me entregó la copa, pero recuerdo su rostro y se lo puedo describir.

—Atenla —da la orden al hombre del látigo, en seguida este se acerca para llevarme al centro de la habitación.

—¿Qué le pasa? ¡suélteme! Tengo derecho a defenderme —me retuerzo en sus brazos con toda la fuerza que tengo, pero si de por si soy débil, sin haber comido mi resistencia es la de una pluma.

—De aquí saldrás solo cuando me digas quien te ha enviado —la retorcida mujer parece estar entretenida con mi angustia.

—¡No sé quién era! Por favor —lagrimas de impotencia corren por mis mejillas cuando el hombre me tira como una muñeca de trapo con la vista hacia la pared de la entrada y rompe la parte trasera de mi habito, dejándome la espalda a la interperie —escúcheme por favor, incluso Isabel puede decir algo a mi favor y ella adoraba al rey.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora