Capítulo 28 (editado)

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—Realmente no lo entiendo ¡auch! —llevo mi dedo a la boca cuando una gota carmesi mancha el escote de mi vestido —esto es tan desesperante ¿por qué la gente lo hace?

—Porque no puede considerarse una persona completa si no sabe bordar, senorita —me explica Clementina, quien con toda la paciencia se encuentra creando una flor azul en una delicada tela que reposa sobre su enorme barriga de embarazada, es una imagen preciosa.

—¿Tú esposo sabe bordar?

—Bueno, no exactamente.

—Entonces no sería persona, si no mujer completa. Además no he dejado de pincharme con esta cosa.

—¿Qué diferencia hay entre pincharse con pinzas o con dagas? Si saliera al jardin con el señor entrenador a jugar con esa arma, igualmente se hubiese lastimado. Tiene que aprender a hacer mas cosas ahora que puede.

—Querida Clementina, no voy a contrariarte eso, pero cuando entrenas el tiempo pasa volando. En cambio aquí siento que cada segundo es una eternidad —vuelvo a introducir la aguja en la tela para seguir formando la rosa que me enseña a hacer.

—Puede ser, pero mirele el lado bueno, cuando tenga hijos...

—¿Qué cosa? —dudo de haber oído mal.

—Si, cuando los tenga. Usted misma podrá remendarles baberos y calcetines.

—Clementina, para tener hijos primero hay que tener esposo.

—Pero los tendrá, es muy joven. Yo conocí a mi esposo siendo una adulta —mis labios se apretan en una fina línea sin querer responder a eso ¿cómo le dices a una mujer que está a punto de dar a luz que no quieres tener hijos? nunca he estado embarazada, pero creo que eso no es algo que querría escuchar si lo estuviera.

Ana regresa del jardín con la frente perlada en sudor, Altair le estaba refrescando la memoria sobre las cosas que le gustaban antes de venir a la capital, como los combates cuerpo a cuerpo. A mi amiga le dio tiempo de asearse, cambiarse de ropa y perfurmarse y aún nosotras estábamos sentadas en el saloncito junto al jardín pinchando la tela con las agujas, al menos mi rosa ya parece tener forma.

—Clementina, necesito que me hagas un peinado tan rápido como puedas ¡ten piedad de mi apuro! —le ruega mi amiga, sonrío de lado porque eso solo significa que saldrá a verse con alguien.

—¿A quien veras hoy?

—El señor Tomas me invitó a una obra de teatro —eso me hace alzar la cabeza.

—¿Solos?

—Eso creo.

—Ay no, Oscar está en su despacho, le diré que vamos contigo.

—No seas exagerada, Simo.

—No estoy siendo exagerada —dejo los materiales de bordado a un lado y corro en busca de mi hermano, cuando le explico la situación asiente, apoyando que no deje sola a mi amiga con un perfecto desconocido y poniéndose a la orden para acompañarnos.

—Pero Tomas vendrá en su coche a buscarme, y tal vez no quepamos todos —se queja cuando paso corriendo por el salón para subir a cambiarme.

—Eso no importa porque Oscar y yo los podemos seguir, Clementina. Pídele a Altair que prepare a los animales antes de peinar a la señorita enamorada —Clementina hace caso a mis demandas. Pero Anastasia no deja de mirarme con indignación—y cuando llegue el señor Thomas, lo haces pasar y que espere.

—¿Que espere dices? —se escandaliza mi amiga.

—Como lo oyes.

Ella me sigue hasta encerrarnos en la alcoba, lanzando reproches al aire sobre su vida personal y que no puedo controlar sus amoríos. Yo hago caso omiso a sus reclamos mientras me desnudo con rapidez y me cambio por un vestido sencillo color violeta con encajes en los bordes, el cual luce perfecto para ir a a ver una obra de teatro.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora