Capítulo 31 (editado)

253 26 0
                                    

Junto los tallos de unas florecitas pequeñas que Olga me encargó ordenar en jarrones mientras ella trabaja, grandes jarrones color crema, con capullos azules y bordes dorados. De una porcelana tan fina que si alguno de ellos se rompiera tendría que trabajar toda una década para la realeza sin cobrar nada para compensarlo.

Vine al palacio exclusivamente a visitar a mi querida princesa, la emoción por verme fue tanta que empujó a un guardia de la entrada que me hacía un par de preguntas, acto seguido se disculpó con él para luego advertirle que yo siempre tendría la entrada libre y que nunca debía hacerme interrogatorios. Ahora estamos sentadas en una mesa blanca, bajo una sombrilla que nos oculta del violento sol que nos visita en Mirena últimamente a horas más tempranas.

Mi mente se despista entre la brisa que mueve esos pequeños pétalos, notando que la mezcla de todos los ligeros ramilletes hacen la ilusión de una nube de algodón floral, tan livianos que aunque estén en manada se dejan llevar por el sedoso viento del atardecer.

—Simo, no me prestas atención —se queja Joane, quien pidió una jarra grande de agua con limón y miel que Olga tuvo que dejar en río para que estuviera medianamente fresca. Hace ya varios minutos que perdió el decoro y tiró el chal en uno de los asientos del jardín, sin señales de perturbación por los guardias que nos rodean de vez en cuando.

—Claro que si, me estabas hablando de la pelea que tuviste con Coraline por el color de las flores de la boda.

—¡Oh! ¿me crees tan superficial para hablarte de esa mujer por tanto tiempo? ¿si ves que no escuchaste lo que te dije después? —se enfurruña, pero en seguida le cambia la cara, curiosa por saber el motivo de mi distraccion —¿Quién te tiene con la cabeza en las nubes?

—Estoy en tierra firme —bailan sus cejas como símbolo de picardía.

—No me mientas, esa mirada perdida la conozco.

—¿Es la que pones tú cuando piensas en mi hermano? —contraataco, lo que la hace mirar a todos lados con precaución.

—Shh, te pueden escuchar.

—¿Y quien me va a escuchar? Kael ya sabe lo que tienes con Oscar.

—Si, pero le cuesta digerirlo.

—Si ha digerido con tanta facilidad el casarse con Coraline Moet, yo creo que puede perfectamente digerir a mi hermano como cuñado —Joane sonríe satisfecha, acomodándose en la silla con su gran copa de agua de limón.

—Estás celosa.

Esos comentarios los va soltando aquí y allá siempre que me ve, como esperando detrás de un muro mi reacción, cautelosa para confirmar sus sospechas de romance secreto. Si supiera que no he sabido nada de su hermano desde el festival.

Lo bueno de Joane es que es comprensiva si nota que evito un tema, así que me sigue el juego con facilidad cuando le hago preguntas sobre sus planes futuros.

—Abandoné aquella tonta idea de apoyar a las mujeres para que se eduquen en las artes de la pelea, las Amazonas han pasado de moda, sin ofender —luego me mira, torciendo el gesto —pero no creo ofenderte, últimamente has cambiado bastante.

—¿En que?

—Ya no tienes esa esencia rústica y salvaje que desprendías cuando llegaste de la frontera.

—¿Rústica y salvaje?

—Si, espero no se me mal entienda, siempre has sido bellísima, pero ahora eres... más mujer —busca las palabras adecuadas en su mente, no estoy segura de si es porque no las encuentra o porque no desea ofenderme.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora