"Tengo que decir que Crebillon está a punto de sacarme canas de forma prematura, habla hasta que su lengua se duerme.
Cómo esta carta es todo menos formal, debo precindir de los modales y avisarte que este pueblo tiene gente horrible, todos con caras agrias y no se hablan entre ellos, un completo aburrimiento.
Por otro lado, en dos días será la fiesta. asistiré con Crebillon, aunque ya he ido todos estos días con los organizadores no he conseguido mayor información que la que dice en las otras cartas, espero poder volver en pocos días con más testigos.
El bosque por el que tengo que pasar para ir a la capital nuevamente dicen que está lleno de bandidos y practicantes de la brujería, deséame suerte para no terminar sacrificado por esa gente con el tornillo safado.
Dile al rey que aún no te mate y aguarde un poco. Y por favor, hermanita, mándale muchos saludos de mi parte a la princesa Joane.
Te ama mucho, Oscar."
Me hubiese enternecido por la última parte de la carta, de no ser porque ha escrito que el bosque está plagado de gente indeseable. Se me revuelve el estómago por con esa desagradable sensación que me recorre cuando siento preocupación por Oscar. Me han contado que la gente que practica rituales paganos no tienen ni una pizca de humanidad en su cuerpo.
La brujería no es algo tan penado en Mirena, ya que gracias a esos practicantes se han descubierto muchas hierbas medicinales que salvan vidas.
El problema son los del otro bando, esos que sacrifican gente y animales para su deidad. Aunque para ser honestos, lo hacen sobretodo en una época del año, en otoño, y los cuerpos sacrificados han sido bebés que pueden robar de las cunas, pero eso no lo hace menos desgarrador.—Si le hacen algo a mi hermano, los que terminarán asesinados de forma horrible serán ellos —mascullo con el rostro ceñudo, guardando la carta bajo la almohada.
La habitación se encuentra repleta de tarros de pintura escondidos aquí y allá, por supuesto son de su anterior dueño. Yo tengo demasiado tiempo sin practicar alguna actividad artística y esa parece una buena opción. Recuerdo cuando era una niña y le manchaba los zapatos de acuarelas a Clementina, mi doncella en ese entonces.
Corría con los dedos manchados de azúl porque me encantaba pintar cielos despejados, salpicaba incluso las yerbas del jardín con pintura y luego las sirvientas me metían en la bañera y sufrían para sacarme la pintura del cabello. Tuerzo los labios frente a esos recuerdos, la niñez nunca regresa.
Aprovechando mi condición de arresto relativamente libre, le pido a los guardias que me dejen salir.
—Si van a mirarme todo el día de esa forma, por lo menos ayúdenme a cargar estas cosas, caballeros —les pido, dejando en sus manos los materiales que necesito para mi obra de arte. Finalmente estoy sentada en el césped con las cosas a mi al rededor, y con los ojos de ambos hombres siempre sobre mi.
Ya la noche ha caído en el cielo y puedo escuchar algunos animalillos nocturnos sonar, sobretodo al grillo haciendo cri cri. Tomo un lienzo muy pequeño que encontré en la habitación y me dejó llevar por los sonidos para crear algo visual. Imagino al insecto posado en la rama de un árbol, confiando en que si se cae o se rompe, siempre puede brincar para salvarse.
No me percato de la cantidad de tiempo que he pasado sentada en la grama, pero cambio de posición al sentir las piernas dormidas y noto mis dedos y las brochas, ambos manchados de pintura.
—No está quedando mal para tener la mano tan olvidada —murmuro, rascándome la nariz cuando un mosco pasa cerca de mí.
Realmente me encuentro absorta de todo el exterior cuando veo que el concepto de la pintura ya se entiende bastante bien, de vez en cuando volteo para encontrarme con los guardias en la entrada del jardín, observando mis movimientos.
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El monstruo de la reina (1) ©
Romance"Una travesía en la que aprenderás que el amor y el odio se miden con la misma vara." Simonett Khespy hubiese tenido una vida tal vez no perfecta, pero si con menos contratiempos, de no ser por esa copa de vino envenenada que torció el curso de su d...