Capítulo 32 (editado)

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Muevo los dedos de mis pies sobre una superficie blanda y espesa que me cubre entera. Acomodo mi cuerpo de lado, suspirando para reanudar mis horas de descanso. Pero no lo logro cuando a mi mente llegan los vagos recuerdos de mis últimas horas despierta.

Me recuerdo esperando a que Joane regresara después de la cena, Kael me había sugerido pasear por el jardín, alegando que el aire nocturno me quitaría el mareo. El tiempo se nos pasó entre el laberinto de orquideas y rosas del palacio, la luna aunque no estaba llena, brillaba más vívida de lo que lo hacía otras veces. La princesa nunca apareció, y él y yo terminamos en el pequeño manantial dentro del territorio del castillo.

—A veces siento que incluso me observan mientras duermo —había confesado Kael, sentando en la piedra junto al agua cristalina.

—¿Te sientes observado?

—Tú también deberías —me extrañé, hasta que me señalo con un gesto de cabeza las ventanas que dan a su oficina. Subiendo la mirada me encontré con las figuras de Gargamel y Napoleón casi adheridas al cristal, observándonos.

Me reí abiertamente cuando notaron que nos habíamos dado cuenta, Gargamel dio un brinco en su lugar, alejando sus manos del cristal como si este quemara. Napoleón por su parte fue más discreto, fingiendo que veía las estrellas con una mirada soñadora.

—¡Hola! —les grite en la oscuridad, Gargamel sonrió abiertamente saludándome con su mano. Napoleón siguió fingiendo que estaba tan concentrado en la belleza estelar que hasta los oídos le fallaron.

—¡Señorita, que gusto verla aquí! —correspondió Gargamel con efusividad desde la ventana.

—Salgan de mi sala de trabajo —había interrumpido Kael con el rostro de la amonestación. Napoleón comenzó a verse las uñas, dando pasos hacia atrás sutilmente —Napoleón, puedo verte, no eres transparente.

—¡Majestad! Mi poderoso y magnífico rey ¿qué hace ahí abajo? ¿puedo ayudarlo en algo? —por fin respondió el consejero, que no podía hacerse el desentendido luego de haber escuchado su nombre.

—Observando como me vigilas como una anciana ávida de chismes —el pobre hombre canoso prácticamente selló sus labios, Gargamel había aprovechado el momento para desaparecer de la escena —sal de ahí.

Recuerdo haber visto como la luz amarillenta de aquella sala se apagaba, perdiendome en una larga conversación con Kael mientras me mojaba los pies. Me viene a la mente también como me quité los zapatos, saltando en el manantial mientras Kael me reprendía por una posible enfermedad.

—La gripé es pasajera, majestad. Estos momentos son eternos —confesé, llenándolo de gotas de agua con la mano.

—La muerte es eterna, Simonett ¿y si dejas de perseguirla?

Una conversación que fue larga, pero la sentí tan corta como arena escapando de mis manos, mi cabeza sobre su hombro observando el agua reflejar la centelleante silueta de la luna. Sus manos conectando con las mías, uno de sus brazos sobre mi cintura, jugando con el cinto del vestido mientras me hacía preguntas de mis años antes de vivir en Meerlena por primera vez.

—Cuando era pequeña, la madre de Clementina me contaba historias sobre seres mitológicos. Mujeres que eran mitad pez mitad humano —le explicaba.

—¿Sirenas?

—Ellas —asentí sobre su hombro —me decía que ellas se convertían en espuma de mar cuando morían. Estuve todo un año rogándole a mi madre que me llevara a la playa para tocar el espíritu de las sirenas —sentí como el pecho de Kael se movía al ritmo de su risa.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora