Capítulo 41 (editado)

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La luz de la luna alumbra el gran balcón, rebotando sus luces platinadas hasta las sábanas recién puestas de la cama del rey. Un rey que se encuentra tranquilamente detrás de mi luego del ataque de asco que me atacó al abandonar las mazmorras.

Pero ahora estoy con los músculos adoloridos y mi cuerpo recostado en su pecho, sobre una cama que de blanca y pulcra que estaba, pasó a tener manchones de suciedad y sangre impregnados en nuestro cuerpo. Las manos de Kael sobre las mías, lucen entre sus dedos la mugre característica de quien ha estado en un calabozo subterráneo por al menos cuatro horas. Pero por primera vez no se ha quejado de la suciedad, solo me tomo en brazos cuando estaba al borde de mi desesperación, dejando que los minutos y las horas lograran calmarme.

Si me preguntaran cuanto tiempo hemos estado en esta posición, no sabría decir una cifra exacta. Yo apoyada en su pecho y él rodeándome con los brazos, pero hoy todo se ha sentido distinto, como si el día y la noche transcurrieran más lento de lo normal. Ahora siento que estoy flotando en el aire, tal vez por el cansancio o porque no se cuando fue la última vez que me permití relajar los sentidos estando con acompañada, incluso estando sola.

En este momento solo me dejé flotar sin moral, la cual dejé perdida cuando corte la lengua de un hombre en frente de Kael y él no hizo ningun comentario al respeto más allá de "¿es la primera vez que haces algo así?" Y si, fue la primera vez que hice algo con el único fin de torturar.

—Sé que vas a decirme que no es el momento y que estoy obsesionado con la limpieza, pero ¿no querrías...?

—No te preocupes, ya me voy —hago el amago de levantarme, pero me coge de la cintura para detener mi huida —así podrás mandar a los sirvientes a limpiar este desastre de manchas y bañarte con tranquilidad.

—No te vas a ir —su pecho está expuesto porque los primeros cordones de la camisa vuelan por los aires —bueno, no me mires así, no te voy a secuestrar.

—¿Pero...?

—Pero no te estoy echando, de hecho... —sus labios se vuelven una línea antes de continuar, dudando en si su confesión hará que este momento se vuelva incómodo —quisiera que te quedaras.

—¿No estas asustado por mis arrebatos de ira?

—¿Asustarme? ¿te has visto? No mides ni... —mi palma va directo a su brazo, pero antes de que el golpe impacte, su mano atrapa mi muñeca —lo que quiero decir, es que tú fiereza me demuestra que tienes una personalidad excitante... a pesar de tu tamaño.

—Todavía tengo la otra mano libre, Mornindark.

—Dile no a la brutalidad, Simonett —sus dedos se pasean por mi muñeca como una hormiguilla que da cosquillas a su paso, y no aparta su mirada de la mía cuando deja un beso en el dorso de mi mano —pero si tienes que darte un baño, yo también.

—No te lo voy a discutir —a pesar de que le respondo con naturalidad, mis sentidos están de lo más conectados en lo que está haciendo con sus manos.

Y eso es el milagro de las distracciones, porque cuando subimos a su habitación luego de hablar con Jahmol mi impresión me hacía ver todo rojo vivo, la impotencia mezclada con el pensamiento de que había sido demasiado ingenua para todo lo que Altair me ha enseñado me estaba picando la razón a pedazos.
Y no ayuda el hecho de que Kael nunca tratara de apaciguar mi ira, él solo me incitaba a sacarla, a gritar y hasta golpearlo si era necesario.

—¡Fui una ciega! —mis manos impactaban varias veces contra la piedra del balcón, luego la madera del escritorio —¿Cómo dejé que Anastasia lo frecuentara? tuve que imaginarme que algo así pasaba.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora