Capítulo 36 (editado)

263 25 1
                                    

—Si mi hermano se entera de que te estoy ayudando con esto, se volverá a enojar conmigo —recalca Joane una vez más, su murmullo suena como una nana que rebota en las paredes biscozas de la prisión.

—¿Y por qué estaba enojado contigo antes?

—No preguntes mucho, sabes que no se mantener la boca cerrada con las cosas que debería —por su bien decido aquietar mi curiosidad, si no me lo dice ella, tal vez el rey lo haga.

Los prisioneros nos miran a través de la sombra de los barrotes y de ellos sale un olor putrefacto, es una mezcolanza entre el sudor y la falta de ventilación, y ninguno se atreve a dirigirnos la palabra. Algunos nos miran con el sabor a rencor entre sus bocas. Se bien que es por el respeto que impone Joane, aunque pequeña, es altiva y la identifican como su princesa, aunque lo que conozcan sea estas cuatro paredes grisáceas.

Luego de andar a través de los cientos de pasillos que tiene el lugar, solo escuchando nuestro taconeo y mis repugnantes recuerdos de cuando estuve aquí hace años, por fin reconozco a quien vengo a ver. Una figura antes garbosa y rellena de las mejores carnes y trigos de su pais natal, ahora se encuentra tirado en la piedra fangosa de la mazmorra, y aunque ha pasado mucho tiempo, aún conserva entre sus manos ese turbante que tenía el día que lo conocí.

—Señor Mehkal Sahmal —comienzo, dándole a entender a Joane de que es momento que se retire, pero el hombre tiene la vista fija en el suelo donde está sentado.

—Estaré cerca, hazlo de prisa antes de que algún guardia le vaya con el chisme a mi hermano —me susurra con apuro.

Cuando volteo de nuevo, Mehkal ha cambiado de lugar, y ahora está con la cara entre los barrotes. Su boca entreabierta asoma unas piezas dentales amarillas y una hediondez que adivino en poco tiempo perderá los dientes. Ya no es el mismo hombre que me delató frente a todos en aquella fiesta de máscaras, esa figura altiva y soberbia me mira con las mejillas aplastadas contra el hierro, y las pupilas bailando de un lado a otro como quien tiene la sangre llena de brebajes alucinógenos.

—Se estaba tardando, mi reina —su voz, rasposa como una lija, arrastra las letras, alargando el mal olor que sale de su boca.

—Tú reina está en Aramk.

—Soy de donde estén mis pies, así que me reina es la reina de Mirena —sonríe, como un lunático zalamero.

—Entonces te equivocas de persona, no estoy ni cerca de ser reina —me dedica una sonrisa torcida, como quien conoce algo que tu ignoras —seré breve.

—No soy un farsante, todo lo que dije esa noche es cierto, majestad.

—Hace un tiempo estabas en una fiesta en este palacio —continúo, ignorando la punzada que me provocan sus palabras sin sentido —le trajiste a una mujer como regalo de tu rey a Kael Mornindark y el te la rechazó, una mujer del reino de Aramk.

—Oh, si. Aunque yo lo sé casi todo. Desconocía esos juicios morales de su gobernante —para estar no tan cuerdo, aún habla como quien sabe lo que dice por momentos.

—Llegaste diciendo que eras un un adivino que nos diría el futuro, luego te atreviste a mirarme y delatar mi identidad frente a todos.

—Si en ese momento hubiese sabido que usted sería mi reina ¡no lo hubiese hecho!

—No me interesa saber porque mientes sobre tus dones, mas de un charlatán hay en el mundo. Solo estoy interesada en la forma en la que te enteraste de quien era yo ¿como sabías que estaba huyendo de la ley? —es ahí cuando su mirada se pierde en el techo, saltan sus ojos de una esquina a otra como si escuchara voces en las paredes.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora