Capítulo 35 (editado)

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—Clementina, yo arreglo eso, tú quédate tranquila —le hago un ademán para que deje de reordenar los cojines del mueble.

—Ahora con más razón tengo que trabajar, le tengo que devolver mi agradecimiento al señor Oscar —remeda la panzona mujer, que ahora toma el plumero y se dirige a las ventanas.

—Un acto de agradecimiento es cuidarte, por ejemplo, y traer un niño sano —eso parece calmarla un poco, porque se alisa el vestido con una mirada reflexiva —y a tu esposo eso le haría muy feliz.

—¡Ay, señorita Simonett! no sabe lo contenta que estoy —si pudiera brincar, seguro lo haría. Pero se limita a caminar lo más rápido que su redondez se lo permite hasta abrazarme con emotividad, me mira con los ojos bañados en agradecimiento genuino —pero bueno, hoy es su día, no la voy a aturullar más... al menos hasta mañana.

—No es mi día, y yo siempre te aturullo, como dices tú. Es justo que lo hagas tú también.

Oscar ha enviado una carta hace dos días para avisar la fecha de su llegada, con una larga explicación sobre la conversación que tuvo con mi padre para traerse a Orlando, el esposo de Clementina, a que trabaje para nosotros. Sus palabras fueron las siguientes.

"...Luego de una ardua búsqueda para reemplazar la eficiencia de Orlando, encontramos a un joven con muchas ganas de trabajar. Recuerda que el esposo de Clementina cumple con muchas de las cosas que se debe hacer en casa y padre lo considera un trabajador ideal. Pero logré convencerlo de que me permita llevarlo a la capital, y nosotros por fin tendremos un cochero de confianza, así que dile a Clementina que se prepare con ahínco para recibir a un hombre que arde en deseo por verla.

Y por favor, mándale mis abrazos a Joane.

Te ama, tu hermano."

Hemos estado dando vueltas bastante rato, así que no debe faltar mucho para que lleguen. Clementina dormía en una habitación de la cocina, pero como viene Orlando y además tendrán un bebé en poco tiempo, le insistí para que se mudaran a una con más espacio, al principio se negó, cómo era de esperarse, pero con la insistencia suficiente accedió por su marido y por su hijo.

—Iré a ver qué todo esté en orden con la alcoba —dijo, nerviosa.

—Clementina, la cama no va a salir corriendo, deja de revisarla cada cinco minutos —la detengo —además, no puedes subir y bajar escaleras a cada rato, no es seguro.

—Estoy nerviosa, lo siento.

—Lo sé —la tomo de la mano, justo antes de darle uno de mis nulos consejos sobre cosas del amor, Ana y Altair llegan desde la entrada. Mi amiga tiene un notable ramo de orquídeas azules con rosas rojas, va con una carta azul perfectamente doblada y la sonrisa le llega casi hasta los ojos.

—¿Eso te lo ha enviado tú querido señor Jahmol? —un toque de desagrado se escapa en mi tono de voz, Ana echa los ojos al techo antes de poner la carta y el ramo en mis manos.

—Es para ti.

—Lo trajo un hombre que no quiso dar su identidad —prosigue Altair —e insistió bastante en que el ramo llegara a su dueña con bien.

El papel de un tono azul celeste huele a una combinación exquisita de jazmín con pachulí, y aunque mi pecho se aprieta en desesperación por saber que palabras contiene, no puedo correr el riesgo de que se sepa quien me lo ha enviado.

—Y este es mi regalo —continúa mi mejor amiga, sacando una cajita de los pliegues de su vestido para dejarla sobre la mesa junto a los muebles —¡Ah! y al menos yo no oculto mi romance con Carlos, pero tú tienes evidentes secretos ¡y que no se le ocurra a nadie preguntarte quien es el afortunado que te envía flores y con quien te escapaste todo un día! Porque si, todos sabemos que esa nota donde decías que "querías estar sola" no era más que un pretexto —mi pecho se calienta ante sus acusaciones, aunque sé que lo que dice es cierto, igualmente me ofende que justo ella me lo reclame.

El monstruo de la reina (1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora