Las puntas de mis pies bailan en el suelo que apenas puedo rozar desde mi asiento, entrecierro los ojos a tal punto que estoy segura pueden captar cada pequeño detalle de la imagen frente a mi. Kael me devuelve la mirada con un cansancio que se confunde con el buen humor por la expresión relajada que lo acompaña.
—Quieto, por favor —lo regaño, él refuta al aire antes de volver a colocarse —así no estabas hace dos segundos.
—No quiero sonar vulgar...
—No te muevas.
—Pero me duelen ciertas partes del cuerpo —alega, señalando la parte trasera de si mismo, la cual yace sobre el balcón de su terraza desde hace unas cuantas horas.
Me confiné casi todo el día en la habitación, ya que no deseaba que Joane me viera salir. Solo permití que Altair me visitara para calmar su igualmente nula preocupación, aunque se había percatado de mi ausencia en casa, sabía que estaba en el palacio y eso lo tenía tranquilo.
—Eres una adulta, se libre —había objetado con un ademán —pero no le digas a Oscar que dormiste fuera de casa, quiero que mi cabeza permanezca donde está.
Además de a él, no quería tener que explicarle a la princesa y a la cocinera el porqué pasé la noche en los aposentos del rey y aún así esperar que me crean. Para ahorrarme preguntas incómodas preferí aguardar dentro hasta una hora en la que no hubiera gente rondando por el palacio. Kael me dejó bajo llave porque yo se lo pedí, aunque había ido a hacer sus deberes del día, se asomaba en la habitación cada poco tiempo solo para asegurarse de que estuviera con vida y bien alimentada, varias veces encontré sólo sus ojos tras la puerta.
Por otra parte, yo he pasado todo el día tratando de sacar un boceto lindo de la vista que me concede el balcón, pero nada del verano parece lo suficientemente llamativo como para pintarlo. Eso hasta que en una de las visitas del rey, mientras hablaba, se sentó en uno de los muros de piedra color crema que conecta con la habitación. Su figura masculina con el rostro mirando hacia el interior fue una imagen por fin digna de plasmar.
Así que no le he permitido levantarse desde que se acomodó ahí por primera vez, hace ya unas cuantas horas. Se ha dedicado a burlarse de la manera en que mis pies descalzos cuelgan de la silla, o como mi cabello parece estar en todas partes menos donde debe. Yo le he devuelto los ataques haciéndolo pasar más tiempo del que debería en la pose, porque en realidad terminé de dibujar lo mas importante hace un buen rato.
—¿Qué haríamos si algún día Gustavo nos ataca por la costa? —pregunto, levantándome del asiento. Kael suspira de placer al poder moverse.
—"Haríamos" me suena a mucha gente, tú, ir a un lugar seguro —me señala con el dedo índice mientras mueve disimuladamente sus piernas, que seguro quedaron entumecidas.
—¿Y si quisiéramos colaborar? ¿no lo permitirías?
—Lo ideal es evitar la muerte de civiles. Y hay un ejército capacitado para eso.
Cubro mi obra de arte en proceso con un mantel, en respuesta a mi acción el soberano cruza los brazos con oculto resentimiento.
—Quiero verlo.
—¿Para asegurarte de que no quedaste mal?
—Es imposible que me vea mal, solo es curiosidad.
—Esperarás a que lo pinte como castigo por tu soberbia, narciso —acoto, comparándolo con aquel muchacho de la mitología griega que murió por admirarse a sí mismo.
—¿Tú me vas a castigar? —cuestiona, aproximandose al caballete sobre el que cuelga la sábana casi traslúcida. Antes de que sus manos se deshagan de la tela, me interpongo entre sus ojos y el lienzo, tapandolos con mis palmas.
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El monstruo de la reina (1) ©
Romance"Una travesía en la que aprenderás que el amor y el odio se miden con la misma vara." Simonett Khespy hubiese tenido una vida tal vez no perfecta, pero si con menos contratiempos, de no ser por esa copa de vino envenenada que torció el curso de su d...