•••Pasado, tres años atrás (en la prisión)
Escucho un murmullo que viene de la celda frente a la mía, dos hombres encerrados detrás de los mugrientos barrotes hablan entre ellos y me miran de vez en cuando. Deben estarse preguntando que hice para acabar en este lugar.
Mi calabozo se encuentra aún más lleno de porquería que el suyo, tengo raspones de cuando los guardias del rey me tiraron sin consideración aquí. No he comido hace más de veinticuatro horas y el hábito de vestimenta para el convento está lleno de mugre y suciedad. Todo en mi grita que no tengo a nadie en el mundo a quien acudir, desde lo tieso de mi cabello hasta mi incapacidad para hablar sin sentir la garganta rasparme.
Me acerco difícilmente a los barrotes mirando al guardia que se encuentra en el pasillo. Las lágrimas se quieren acumular nuevamente en mis ojos, pero las contengo así como también aguanto el dolor de cabeza que me martilla desde que desperté.
Mirena es un reino aparentemente justo y tranquilo, sin embargo conmigo no han aplicado ningún tipo de indulgencia.—¿Señor? —mi voz sale tan rasposa que incluso a mi me asusta —¿el príncipe les ha prohibido hablarme?
El guardia me mira de reojo durante menos de un segundo, me ha estado ignorando a lo largo de todo el día con excepción del momento en el que llegó, en el cual me prohibió hablarle o dirigirme a él de ninguna manera.
—¿Van a dejarme morir de hambre? —el niega ante mi cuestionamiento —yo no hice nada, el príncipe Kael dijo que me iban a interrogar y sólo me tienen aquí encerrada.
La voz se me quiebra a mitad de la oración ¿por qué tuve que ir a esa bienvenida? ¿para qué tuve que ver al príncipe y por qué me ofrecí a llevarle la copa al rey? me he maldecido a mi misma desde que llegué a este lugar. Siento la cabeza inflamada de tanto darle vueltas a lo mismo, como si repasando mis errores pudiera regresar el tiempo.
Y ni siquiera puedo culpar a la reina o a sus hijos, están actuando según el dolor que tienen por haber perdido al rey. Nunca he vivido la muerte de alguien cercano, pero debe ser tan desgarrador como para nublarte el juicio.
—¿Puede decirme que van a hacer conmigo? —pongo la mano sobre el metal —oiga, solo tengo dieciocho años ¿por qué querría hacerle daño al rey? déjenme hablar con mi hermano, vive al este de Bello Sacro.
No pudiendo contenerme más, se me escapa un sollozo que no logra ni siquiera inmutarlo. Pero an mis compañeros de cárcel si, los prisioneros de la celda frente a la mía me miran con mucha más compasión de la que me tiene el guardia.
—Seguro irá a la cámara de tortura hasta que obtengan una confesión por su parte, es lo que hacen con los criminales con cargos graves —por fin me responde algo.
—¿Qué es la cámara de tortura? —el nombre lo dice todo, pero quiero saber los detalles del lugar, tal vez para resignarme a morir humillada por algo que no hice.
El guardia vuelve a su usual silencio, en cambio los que se apiadan de mi creciente duda son los prisioneros. Uno se acerca a los barrotes de su celda, mirándome entre los metales con tristeza. Es de estatura mediana, con barba, ojos amables y un aspecto de letrado. Su compañero es un hombre calvo y grande que se dedica a observar todo desde atrás.
—La cámara de tortura está al centro de la capital —me explica el preso —dicen que llena de artilujos pesados hechos para el sufrimiento de quienes no confiesan sus crímenes, es un lugar alto y está en medio de una serie de asientos en los que la gente se sienta a ver el... pues el espectáculo.
—¿El espectáculo es la tortura? —afirma repetidas veces con la cabeza, no puedo evitar apretar los labios cuando más lágrimas se acumulan en mis ojos.
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El monstruo de la reina (1) ©
Romance"Una travesía en la que aprenderás que el amor y el odio se miden con la misma vara." Simonett Khespy hubiese tenido una vida tal vez no perfecta, pero si con menos contratiempos, de no ser por esa copa de vino envenenada que torció el curso de su d...