CAPÍTULO 23

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SASHA

Vuelvo a ver las calles de Verona después de... creo que casi una semana estuvimos en la isla, ya perdí la cuenta, miro a las demás personas caminando alegremente, el sol está en su esplendor, algunos ríen mientras caminan, los niños juegan por la plaza, el maniático está mucho más adelante que yo, a diferencia de él, me gusta ver lo que me rodea, no ser un muro de hielo que camina con esa aura oscura todo el tiempo.

Ruedo los ojos corriendo hasta llegar a su lado, sus hombres están a una distancia prudente de nosotros, entre ellos Ernesto, el indispensable, y enserio casi me siembra la duda de que no es su mano derecha, rubio idiota.

Lo miro mientras empiezo a caminar de espaldas, todo en el grita "no te me acerques" quiero darle un tiro a ver si al menos así cambia esa cara, voltea a mirarme provocando que ruede los ojos, mis pies tropiezan entre sí y él tira de mi brazo para estabilizarme.

- ¿Puedes sonreír? – hablo después de estar fuera de peligro con la caída.

- ¿Por qué lo haría?

- Porque se...

- Y no me digas porque se te mojan las bragas – interrumpe mis palabras, lo miro frunciendo la boca unos segundos hasta que rueda los ojos soltando una leve sonrisa junto a un bufido, sonrío y sigo caminando.

Conforme avanzamos hay diferentes tiendas a ambos costados de la calle, me detengo frente a una tienda, un cachorrito lame el vidrio provocando que sonría, ya dije que no quiero un perro, se me pasaron las ganas cuando vi a esos cuatro dóberman, una sombra se sitúa a mi lado, no hay necesidad de saber quién es, sitúo la palma de mi mano sobre el vidrio haciéndole jugar al cachorro, mueve su colita y me derrito de amor.

- Nunca he tenido un perro – hablo mientras sigo haciendo jugar al cachorro – tus canes me han dejado un trauma – digo con gracia.

- Me estás diciendo indirectamente que quieres uno – contesta con su frialdad de siempre.

- No dije eso – me alejo del cachorro para mirarlo – no me gusta pedir lo que puedo obtener sola, que mis padres me hayan dado cosas que yo nunca les dije, eso es otra cosa – dinero nunca me faltó, si quiero algo, lo compro con lo mío, quizá no es lo mismo que mis padres, a mi no me sobra el dinero como a ellos – además...

- Solo cállate – contesta tajante alejándose del lugar haciendo que lo siga

- Quiero un helado – me mira incrédulo – quiero un helado – vuelvo a repetir.

- ¿Prefieres un puto helado que otra cosa más... lujosa? – este se enoja por todo.

- Bien – hablo molesta – ¿cuál es el problema? No quiero nada que venga de ti, no lo espero, nunca he esperado nada de nadie, hoy no va a ser la diferencia, quiero un helado y ya, luego podemos ir al castillo si tanto quieres hacerlo, pero ya que insistes, nos vamos – camino sin esperar su respuesta, no pasa mucho cuando tira de mi brazo y sonrío antes de voltear.

- Vamos por tu puto helado – sonrío internamente

Empezamos caminar hasta llegar dentro de una heladería, nos sentamos uno frente a otro, una señorita nos atiende para luego retirarse con una sonrisa, todo aquí tiene colores muy alegres, la diferencia sería él, con su semblante de siempre, ganas de tirarle el helado no me falta.

- Oye – llamo su atención – ¿me das un beso? – rueda los ojos haciéndome pensar que eso es un rotundo no, pero sonrío cuando se levanta hasta mí para probar mis labios y yo los suyos, empiezo a subir de temperatura cuando este beso empieza a intensificarse con hambre y lujuria, al punto de pensar que en cualquier momento me tira a la mesa para follar aquí mismo.

El Verdugo (1) © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora