-CAPÍTULO VI-

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A la vista de todos

A la vista de todos

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Alya

Ver a Aryx perder la paciencia se convirtió en mi nuevo entretenimiento, es el típico machito alfa que se cree superior; pero increíblemente, me ha tenido mucha paciencia... Si hubiera sido otro, estoy segura de que ya estaría muerta en una zanja.

Bueno, esto solo lo hace más divertido.

Puede que físicamente no me haga daño, pero siempre me ataca con sus palabras y ya me cansé de eso.

—Lamento interrumpir —Leandro carraspeó, haciéndose notar entre nosotros y camina en nuestra dirección, pasando por encima del cuerpo muerto. Aryx se enderezó y empezó a arreglar su ropa—. Aryx, tu padre nos está esperando desde la mañana.

Noté que la mirada de Leandro estaba cargada de una seriedad indescifrable y apuñalaba a Aryx en cada parpadeo.

—Dile que nos veremos en la ceremonia —dijo y me tendió una mano— escúchame Alya... Más te vale controlar tu sucia lengua— ignoré su mano y me levanté sola, empezando a caminar alrededor, observé pinturas de muchos hombres —Padre estará presente y debes comportarte como lo que eres.

—¿Debería importarme agradarle?

—Si no te controlas, puede que sí le agrades...— Lo miro interrogativa— Créeme que no es bueno agradarle a ese hombre. Lo digo por tu bien.

—¿Desde cuándo te interesa mi bienestar?— Le sonreí con ironía.

—Desde que te convertiste en la manceba del heredero de Los soberanos —dijo, empezando a caminar hacia la salida, hizo señales a sus hombres y sus sirvientes—. Leandro, quédate con ella hasta la hora de la ceremonia y luego, llévala. Nos veremos allá.

Sin esperar respuesta, salió, dejándome a solas con Leandro.

—Vamos a tu habitación, Alya, te compraré algunas prendas por internet, pero les diré a los sirvientes que te compren un vestido lo más rápido posible para la noche—me dijo con una media sonrisa. Mi vista viajó al cuerpo que yacía sin vida en el piso—. No te preocupes por él, en un rato lo limpiarán.

«Vaya, eso me tranquiliza» pensé con ironía.

Resoplé.

No era la primera vez que tocaba un arma, Darius me había enseñado a no temer a un juguetito tan simple. Pero si era la primera vez, que asesinaba a alguien. Guardé mis manos entre mis brazos, aun temblaban, como si no solo hubieran tenido el peso del arma. No. Ahora llevaban cargando el peso de una muerte sobre ellos. 

NUESTRA CONDENA © COMPLETA / EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora