-CAPÍTULO XII-

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Un juego cruel

Un juego cruel

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Alya:

Los días pasaron tan rápido que no tuve tiempo hasta hoy, de acordarme que ya había pasado un mes. A través de la ventana, veo que el cielo se encontraba gris y salvaje, amenazando la venida de una tormenta.

«No sé el porqué pero presiento que pasara algo malo» pensé con la mirada perdida, mientras tomaba un baño en la tina de Aryx.

Sonreí maliciosa.

Él se la ha pasado en su despacho todos estos días, dado que mi habitación está en mantenimiento, me deja dormir en su cuarto. No había planeado que sucediera de tal manera en la que casi muero de hipotermia, pero si logré acercarme más, y hasta logré que Leandro me coqueteara.

Necesito que mi plan funcione.

—Señorita Alya, su ropa esta lista —una voz jovial, resonó al otro lado de la puerta.

—¡Ya salgo!

Salí de la bañera y agarré una toalla para empezar a secarme, seguidamente abrí la puerta y caminé desnuda por la habitación. Ella evitaba mirarme con vergüenza, parecía feliz de estar conmigo, supongo que es mejor que pertenecerle a un hombre.

«Kore».

La llegada de esta muchacha, fue un completo caos para mi conciencia, se trataba de la chica de la ceremonia a la que le tocó el destino de ser mi esclava. Podría dejarla libre, pero no lo sentía bien... ¿Qué le esperaba allá afuera?

Podía decidir sobre su vida y por eso decidí quedármela, nadie podría cuidarla mejor que yo.

—Kore —le llamé, pero ella seguía doblando mi ropa —. Te estoy hablando, Kore.

Se giró a verme medianamente asustada.

—Lo siento, no me acostumbro al nombre —se disculpó.

—No te preocupes —le sonreí.

Una chica sin nombre.

Eso es lo que era ella.

Una chica sin identidad.

—Hoy no estaré en la mansión, Aryx tampoco, ¿deseas quedarte o acompañarme?

Kore es una chica linda, no entra en el estereotipo de pertenecer a la clase alta, tampoco al de una manceba, pero tiene un bello color de cabello. Un castaño casi dorado, realza sus facciones y la estiliza como una hermosa doncella. Definitivamente, no necesitaba ser insultada con la etiqueta tan soez de «esclava».

—Podrás quedarte en mi biblioteca —agrego.

—No, prefiero acompañarla, ese es mi deber.

—Sí sabes que, no eres precisamente mi esclava, ¿verdad? —Me cubro con la toalla y me acerco —. Tú no tienes ningún tipo de deber conmigo, es más, estás doblando la ropa porque quieres.

NUESTRA CONDENA © COMPLETA / EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora