-CAPÍTULO IV-

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𝑫𝒊𝒐𝒔𝒂 𝑨𝒕𝒆𝒏𝒆𝒂

𝑫𝒊𝒐𝒔𝒂 𝑨𝒕𝒆𝒏𝒆𝒂

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𝐀𝐥𝐲𝐚

¡Bendita sea la lengua de Aryx, porque me está haciendo ver el Olimpo de los Dioses!

Era una experiencia casi divina, tan irreal y magnífica. Podría derretirme en este preciso instante, fusionándome con el sudor de su cuerpo, y deleitarme bajo la magnificencia de su anatomía.

Sus dedos, presionaban con fuerza mis muslos, traspasando mi piel y perforándome el alma.

—Creo que aquí abajo, tiene vida propia y piensa diferente —dijo, alejándose levemente para verme con sorna. Se estaba burlando de mi ignorancia en la situación, y no podía hacerle ver lo contrario. No cuando volvía a tener su lengua danzando en mi interior, haciéndome estremecer y arquear la espalda —, ¿alguna vez, te imaginaste que te hacían algo como esto?

Quería responder, pero justo tocó un punto enloquecedor, bloqueando mi capacidad de gesticular alguna palabra coherente. Así que, me limité a negar lentamente.

Es la primera vez que me hacen sexo oral y mis jadeos me dejaban en evidencia, me tenso cuando siento dos dedos adentro y empieza a tocar los mismos puntos que trazaron su lengua. Arqueo la espalda nuevamente y siento que empieza a lamer con vehemencia. Mis manos, sin saber dónde sostenerse, se deslizan a sus hombros y clavo mis uñas.

Lo sentí sonreír malévolamente ante mi respuesta.

—Por supuesto que no. Eres un alma casi inocente y pura —acarició con su pulgar, provocando una senda de fuego por toda la línea de mi espalda. Sus labios estaban tan cerca, besando esa parte con su aliento, haciéndome perder la cordura y el raciocinio. Completamente perdida, perdida en el ardiente placer de la lujuria, e indefensa ante el exquisito y agonizante deleite de la perversión —. Que dicha la mía de tenerte para mí. Lo sabía, lo sabía a primera vista, sabía que tenías que ser mía... Tan mía. Y lista para ser mancillada, destrozada y devorada, por nadie más, que por mí.

Esa declaración debería haberme asustado, debería haberme aterrado y debería haber huido. Pero todo lo que dijo, ya lo sabía. Lo sabía, porque también quería y quiero poseerlo, tal vez, de la misma forma tan cruel y perversa que él lo desea. Y no podía sentir nada de lo que debería sentir, era todo lo contrario, me deleita saber que me desea. 

Nadie me había deseado.

Nunca.

—Correte para mí... Mi Diosa Atenea.

Él dijo...

«Atenea»

No.

«Diosa Atenea»

No, él dijo...

«Mi diosa Atenea»

NUESTRA CONDENA © COMPLETA / EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora