Capítulo 13

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Sara

Los días fueron siguiendo su rumbo normal. Como lo prometí, comencé a asistir a los entrenamientos. Inicié con una pequeña pizca de timidez y temor, pero nunca dejé de dar lo mejor de mí y, al día de hoy, sigo dando todas mis fuerzas. Conocí más a profundidad mis habilidades. Tener a Johnny fue de mucha ayuda, él se encargó de darme ánimos cada cinco segundos, incluso en las ocasiones en las que fallaba. 

Y ahora puedo confirmar las palabras de Emma, se siente tan bien ser libre. Por cierto, nos hemos convertido en muy buenas amigas, creo que se está ganando el puesto de mejor amiga pues ella también fue —y es— de mucha ayuda. 

Aún me falta recuperar gran parte de la confianza que anhelo pero, ya estaba advertida, ese es un proceso largo.

Mas no imposible.

Me atrevo a decir que todos vamos por buen camino y, cada día que pasa, estamos más listos para el momento en el que Lecat decida dar la cara. 

En otras noticias, a Johnny y a mí se nos hizo costumbre ir por un postre como recompensa de nuestro gran trabajo en los entrenamientos. Hoy no es la excepción. 

—¿Qué te pareció el entrenamiento de hoy? —pregunta Johnny, tomando asiento en una de las tantas bancas de la plaza mientras yo lo sigo.

—Algo pesado, pero emocionante. 

—Me encanta verte con todo en los entrenamientos. 

—Tú tampoco te quedas atrás, eh —Johnny forma media sonrisa —. ¿Cuándo crees que Lecat llegue?

—No lo sé, puede llegar mañana, pasado o, incluso, justo ahora.

—Ni lo menciones. 

De inmediato nos quedamos en un sutil silencio cómodo, con el canto de las aves a nuestras espaldas, con una hermosa vista hacia el área verde. Esto es como un sueño para mí. ¿Para Johnny también lo será?

—Sara... —la voz de Johnny me saca de mis pensamientos, obligándome a mirarlo —¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—Ese día, cuando nos enteramos de todo nuestro pasado y de quienes somos, dijiste que lo pensarías, ¿cierto? —asiento lentamente —¿A dónde fuiste después? Fui a buscarte a tu casa pero tus padres me dijeron que no te encontrabas. 

—Sí, ese día... 

—Si no te sientes a gusto o no quieres decirlo, lo entenderé.

—No, no te preocupes, no es nada malo y claro que te lo puedo decir —mi vista se posa en un cachorro, el cuel juega alegremente con su dueña —. Ese día, después de enterarme de todo, estaba muy confundida, con sentimientos encontrados. No sabía cómo me sentía; si feliz o triste, emocionada o decepcionada. Así que fui al único lugar donde estaba segura de que encontraría un pequeño rato de paz: la iglesia. 

—No pensé que fueras apegada a la iglesia.

—Pues lo soy. Cuando era una niña casi no salía, no tuve una infancia normal como los demás, nunca fui al parque a que mis padres me enseñaran a andar en bicicleta, nunca pasamos toda una tarde en la playa, solo he ido al cine una vez en toda mi vida, etcétera. Hubo un tiempo en el que mis padres insistían en que saliera pero yo no quería, tenía miedo de causar algún daño —siento como mis ojos se cristalizan, esos recuerdos aún duelen—. Hasta que llegó ese maldito día que casi incendio por completo mi colegio, fue cuando los tres entendimos que no podía tener una vida normal.

—Lo siento mucho...

—Después de dos meses, acompañé a mis padres a un pequeño mandado en la iglesia. Se me hizo un poco raro que hubieran personas arrodilladas y hablando en voz baja, pero un sacerdote me explicó que estaban hablado con Dios y que eso era bueno, que él siempre te escuchaba, así que lo intenté. Y fue ahí cuando descubrí que era cierto. No sé, me sentí muy bien, escuchada, con paz, y me gustó. Desde ahí comencé a ser pegada a la iglesia y la visitaba seguido.

—Me dejas con la boca abierta... —vuelvo a mirarlo con una sonrisa —. Pero me alegra que hayas encontrado un lugar en el que te sientas bien, como tú dices, con paz.

—Sí, fue un buen momento.

—Yo sí creo en la iglesia, pero no te voy a negar que tengo años de no ir.

Cada vez que conozco más sobre Johnny, siento como si estuviéramos hechos el uno para el otro. ¡Lo amo!

—Me agrada escuchar que crees, y pues, espero puedas ir pronto, no sé muy bien qué decir...

—No pasa nada —él me toma de las manos —. Gracias por abrirte conmigo.

—No agradezcas, me has demostrado que puedo confiar en ti.

—Siempre.

Emma

—Arnold, amor, tranquilo... 

—No, Emma, esa calle es muy oscura y con poca seguridad. 

—No es mi culpa que mi padrino viva aquí, él escogió su casa, no yo.

—No dejaste que te acompañara —reprocha Arnold desde la otra línea —. No colgaremos la llamada, me siento un poco más tranquilo así.

—Tengo que colgar, mi celular está a nada de morir.

—¿¡No lo cargaste!?

—No creí que tardaría —escucho como Arnold suspira —. A ti se te olvida que soy una Elemental, ¿verdad? Sé cómo protegerme, tranquilo.

—Ay, Emma...

—¿Confías en mí?

—Sí, pero me da miedo, no soportaría perderte...

—Te mando mensaje cuando esté cerca de mi casa. ¿Si?

—Está bien. Cuídate mucho, preciosa, por favor.

—Lo haré.

—Te amo.

—¡Yo a ti!

Cuelgo la llamada y guardo mi celular en mi bolsillo trasero. También tengo un poco de miedo porque está a nada de anochecer, pero confío en mí misma y en mis poderes.

—¿Qué tenemos aquí? ¡Una Elemental! ¡La del viento! —paro en seco al escuchar eso por detrás mío. Volteo lentamente hasta quedar de frente con el proveniente de aquella voz —¿Cómo estás, Emma Ferrer? ¡Juas! ¡Jues!

—Lecat...

Los ElementalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora