Capítulo 8

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Emma

—¿No dirás nada? —el miedo en mi tono de voz me delata.

—No tengo palabras, Emma, lo que haces es completamente increíble —escuchar eso me tranquiliza —. Por cierto, no se me hace algo extraño.

Frunzo mi ceño.

—¿No? 

—No.

—Vaya, pues gracias, supongo...

—Yo también guardo un secreto y, así como me confiaste el tuyo, te confiaré el mío.

—Arnold, no es necesario, no te sientas comprometido conmigo.

—Sí es necesario —él junta sus manos dejando un pequeño espacio entre ambas —. Esta es una de las razones por la cual soy una persona tímida...

—Insisto en que no es necesario que... —lo que veo me quitó las palabras —. Wow...

—Somos dos los que tenemos el poder de controlar las maravillas de la naturaleza, Emma

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—Somos dos los que tenemos el poder de controlar las maravillas de la naturaleza, Emma.

—¿Cómo es que...?

—Mejor no me preguntes, estoy igual que tú. No sé por qué tengo este don, también es de nacimiento y espero algún día saber o entender cuál es el propósito de esto. 

Con precaución y experiencia, guía su esfera de agua hacia las plantas,  mientras yo visualizo todo impresionada y, sobre todo, feliz, feliz de que tengamos algo en común, de que sea él el que me entiende.

—¿Y te causa timidez que el mundo sepa lo que eres?

—Entre otras cosas.

Poco a poco me acerco a él, sin quitar mi vista de sus ojos, los cuales prefieren mirar hacia otros paisajes. Que tierno. Al estar a la distancia perfecta, posiciono, con delicadeza —y tratando de transmitir la mayor confianza posible—, mis manos sobre sus mejillas.

—¿Sabes? No tienes idea de la gran felicidad que siento al enterarme de esto.

—¿Felicidad? ¿Por qué? Solo soy tu compañero de clases y un buen amigo que comparte algo en común contigo, algo que, de una u otra forma, nos une.

—Sí, creo que no estás entendiendo.

—Bueno, si me explicas probablemente...

Lo interrumpo al unir mis labios con los de él en un beso que al principio fue algo torpe pero, poco después, fue tomando forma y convirtiéndose en uno hermoso. 

Días después:

Los tres elementales empezaron a sentir los mismos síntomas de Emma; dolor de cabeza y una voz que no dejaba de repetirles exactamente lo mismo. Hasta que al día de hoy, esa misma voz, los empezó a guiar a los tres, llevándolos al mismo punto de reunión, donde no tardaron en encontrarse.

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