Veinticinco

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Así como pasaron las vacaciones, paso el primer mes de clases, algo caluroso y agobiante. Trataba de mantener una rutina para que sintiera algo de estabilidad, pero era imposible por las locas ideas de la morena que nacían de manera espontánea. Acostada sobre mi escritorio, escuchaba como el profesor de historia volvía a relatar el mismo relato de todos los años, peleas estúpidas, disfrazadas en busca de libertad y derechos, cuando estaban llenas de egoísmo y avaricia. Suspiraba cansada, mi piernas subía y bajaba con velocidad, esperando a que acabará la clase y con ello el horario de clases. Envidiaba a los de preparatoria, pues hace varios minutos los veía irse del lugar, quería salir de aquí, era cansado estar con este clima sofocante y aún tener una voz aburrida de fondo.

Pasaron más minutos, entre algunas notas y escritos, el señor nos dejó abandonar el aula, sabía que habría un caos afuera, siempre lo había, quería evitar problemas, por lo que hice tiempo acomodando algunas cosas en mi mochila y luego darle una vista a través de las ventanas. Cuando creí que los pasillos estarían calmados decidí salir, con la costumbre de tener a armin a un lado o esperando en algún lado, pero este nunca apareció, ni detrás de la puerta, ni por las escaleras, o en el primer piso o al lado de donde dejábamos las bicicletas, había desaparecido, no estaba preocupada solo desconcertada, pues no era propio de él desvanecerse sin avisar, por lo que mande un mensaje, solo recibiendo un visto.

— armin?? —.

— donde estas? —.

— No quieres hablar? Ok —.

No insistirá más, había mandado el último mensaje después de diez minutos de los anteriores, sin recibir nada, se me comenzaba hacer tarde para llegar a la tienda, por lo que esperaba que el lugar estuviera algo fresco al menos. Tomé con velocidad la bicicleta y empecé a andar, través de las calles y algunos atajos, buscando con la mirada a mis otros amigos, pues tampoco me los había cruzado en la salida y era extraño. Pero les daría su espacio si eso querían.
Llegué al trabajo rozando la hora, viendo como mi tía salía a prisa del lugar a penas verme llegar y lanzado las llaves hacia mi y haciendo una seña de despedida a secas. No le respondí pues ya había tomado su distancia, metí la bici al lugar para luego acomodar algunas cosas detrás del mostrador, además de las prendas de demostración, para luego esperara pacientemente por la llegada de clientes. Parecía que en esta época pasaba el tiempo más lento, el sol salía antes de lo usual y se escondía tarde, durado la noche pocas horas. Pasaron algunas horas, faltando casi dos para que terminará mi turno, y aunque el sol seguía ahí, esta vez ya no era tan potente. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la ruidosa entrada de alguien, que no sólo y abrió toda la puerta y la dejó azotarse contra su borde sino que la llamaba alegremente. Hange.

— No sabría que vendrías — hable alzando la vista — con eso que ya empezaron a dejar algunos trabajos — dije —.

— lo sé... Pero me hice un espacio solo para ti — hablo para al final tocar la punta de mi nariz — en fin — soltó un suspiro — toma tus cosas que nos vamos —.

— ¿qué? — le dije confundida y soltando mi celular — estoy trabajando hans — un apodo reciente pero con tono algo molesto —.

— de eso no te preocupes linda — dijo recargandose en el mostrador — tengo a unos suplentes para lo que queda de tu turno — detrás de ella entraron mis tres amigos —.

— Dios... — dije con cara de cansancio — esto no va a salir bien —.

— te dejo todo a tu cargo armin — le dije mirando sería — cierran a las nueve, y de ahí a sus casas — volví a hablar mientras les dejaba las llaves y demás — cualquier cosa me llaman o mandan mensaje — esta vez me estaba alejando por como ella tomaban mi brazo — nos vemos mañana —.

R u n s | Hange ZoeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora