Treinta Y Dos

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La palabra nervios no abarcaba todo lo que sentía, estaba a unas horas de ir al pueblo, mi habitación estaba con cajas, pues en estos años había acomulado unas cuantas cosas más, y así mañana por la tarde dejaría este cuarto, tan solo con un tocador, cama y dos muebles, incluso había guardado las cortinas oliva que había comprado y había puesto unas pequeñas amarillas que estaban cuando había llegado, si, posiblemente estaba divagando todo lo posible para no pensar sobre lo que haría mañana, porque llevaba años sin pisar el pueblo, estaba nerviosa, ansiosa y con un miedo inexplicable, había pasado tantos años ahí, y ahora parece que con tan solo unos cuatro en la ciudad sentía que era una desconocida, podía ser que me sentía algo intimidada por las palabras del mayor, pero habían pasado años, se supone que ya había crecido y madurado lo suficiente como para tener algo de valor, suspiré pesadamente.

Estaba recostada en la cama, el colchón estaba desnudo y solo me estaba tapando con una simple cobija, un top y un short era lo que vestía, pues todo me incomodaba, reacción de mi nerviosismo. Me pare resignada de no poder descansar decentemente, era la una de la madrugada, grillos sonaban de fondo e incluso parecía que el aire estaba inquieto. Fui directo a las cajas, quería revisarlas una vez más, esta vez eran unas trece, pero unas cuantas eran de un tamaño mayor, por esto esperaba que mis amigos pasaron por casa para llevarlas a las habitaciones. Por la tarde había pasado un rato con las dueñas de la casa, un par de viudas que eran amigas desde jóvenes y tras la muerte de sus esposos decidieron vivir juntas, les agradecí que me acogieran en su casa, además de las libertades que me daban y las veces que me cuidaban al enfermarme, igualmente les dije que les entregaría las llaves al desalojar la habitación, que sería alrededor de las tres de la tarde.

Nuevamente desviando mis pensamientos... Odiaba esa sensación, era un pueblo pequeño pero había pocas posibilidades de cruzarmela cuando estaría unas pocas horas, pensar eso me daba algo de tranquilidad, aunque no fuera una teoría asegurada. Volvía a sentarme en el borde de la cama, estaba cansada, bastante, pues había hecho horas extras en el restaurante para tener el día de mañana libre, que constaba de media jornada. Sostuve mi celular con la espalda encorvada, mañana saldría de la ciudad alrededor de las nueve de la mañana, iría en autobus y me quitaría esfuerzos, de ahí tendría que caminar a casa de eren, donde todos nos encontraríamos, volvía a suspirar pesadamente, esta vez sostuve mi muñeca entre las uñas, realmente necesitaba un empujón, y casi por instinto extendí mi mano hacia una mochila pequeña que llevaría lo más esencial y más usado, busque con rapidez las pastillas de dormir, realmente no confiaba mucho en su duración y por cómo pude la partí a la mitad y sin mucho esfuerzo la pasé por mi garganta, volví a guardar la caja en uno de los bolsos y dejé mi celular a un lado, asegurándome que había una alarma esperándome, volví a recostarme, esta vez solo cubriendo la mitad de mi cuerpo con la cobija y espere a que la pastilla hiciera lo suyo.

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Mierda, mierda y mierda, nuevamente tarde, tenía al menos diez minutos para llegar a la sucursal y así tomar mi autobus, nisiquiera me había puesto la ropa planeada, simplemente tome la chaqueta y me la puse encima de la pijama improvisada, poniéndome unas casetas blancas altas por lo friolenta que solía ser en la parte de los pies y unas botas que llevaba desde hace años, apenas como note que estaban decentemente amarradas partí a correr tomando mi celular y mochila, saliendo de la casa. Comencé a correr, a través de los años, mi estabilidad físico había sido mucho mejor pero seguía sin acostumbrarme a correr y menos en una ciudad donde todos llevan prisa y el tiempo medido, cruzaba las calles sin mucho cuidado y esquivaba algunas personas y empujaba a otras. Sentía el sudor bajar por mi frente y espalda baja, pero apenas vi la estación a unos cuentos metros de mi sabia que no podía dejar de correr, haciendo mis zancadas más largas hasta llegar, con rapidez presente mi nombre y boleto, faltaban unos cuantos minutos para que el autobus saliera y yo aún no estaba en los asientos, cuando un empleado me sello el boleto pude pasar al estacionamiento donde identifique con rapidez el numero de autobus y entre, buscando uno de los asientos libres, siendo los traseros, gracias al cielo estaba libre uno junto a la ventana y pude respirar en paz.

R u n s | Hange ZoeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora