🔮Capítulo 41🔮

4 2 0
                                    

🍃
🔮
🍃

Cuatro meses después del despertar de Elaine.

Mundo de Adán.

Elaine:

Siento toda la sangre de mi cuerpo en mi cabeza, mientras me meceo hacia adelante y luego hacia atrás.

Raziel, te odio.

Muerdo un poco más la mordaza en mi boca, y tomo impulso al generar fuerzas del aire.

Puedo hacer esto sola, siempre he podido.

Tenso mi cuerpo y elevo mis brazos agarrando la cuerda cubierta con agua bendita, pero a pesar de que me duele el alma tocar la cuerda cuando empieza a salir vapor de la quemadura en mi mano. Muerdo con más fuerza la mordaza, tomo el cuchillo que me colgaron al pantalón de chándal, y caigo al suelo en un golpe sordo.

— Auch... — aprieto los ojos al sentir una de mis costillas romperse.

De verdad que he estado muy adolorida últimamente y con todos los deseos de mi corazón, esperaba con desesperación que Raziel se hubiese olvidado de mí.

Me levanto con un resoplido y limpio mi uniforme de los Presos de Guerra, enderezando mi espalda y haciendo sonar mis nudillos con una ceja elevada, al mirar directo esos ojos cruelmente celestes.

La fortaleza de no poder sentir en su totalidad después de cada golpe, se convierte en tu aliado rápidamente para no flaquear ante él.

Porque este era mi día a día: no sentir nada por los demás, para ser la mejor.

Todos levantan sus copas de vino, pero rápidamente me enfoco sutilmente en Christine y en cómo le invade la culpabilidad en su rostro a pesar de que intenta fingir que no le importo lo más mínimo al estar expuesta de esta manera.

Todos los días el mismo cuento.

— Felicidades, Elaine —la sonrisa de Miguel me da náuseas—. Te has ganado el plato de comida hoy.

Asiento en forma de gratitud, y de verdad no siento gratitud por él, pero si no le demuestro eso, el castigo siempre es peor.

Avanzo con la espalda recta hacia mí asiento, ubicado en el lado izquierdo de Miguel. Su mano se arrastra por mi espalda baja para ayudarme a sentarme y aguanto el impulso y darle un puñetazo, pero solo me controlo por la mirada intranquila de Rafael que me advierte que no lo haga.

Pero es que cada toque de Miguel era aberrante, insoportable, asqueroso.

Estar cerca de él era un puto asco.

— Agradecería que no me pusieras tus inútiles manos encima, Miguel —hablo después de casi tres días sin hacerlo, por lo tanto, mi voz sale rasposa y salvaje—. Gracias.

Paso saliva y siento como el color me abandona el rostro, cuando se yergue a mis espaldas y da un paso atrás. Me aclaro la garganta y bajo un poco la cabeza al tomar asiento en la mesa, procurando no provocarlo, porque todavía me quedaban marcas del último castigo que me dio.

Cincuenta latigazos entre el pecho y la cara.

Me estremezco de la nada cuando toma asiento a la cabeza de la mesa, conmigo a su izquierda y Rafael a su derecha.

Huesos de un Muerto©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora