🔮Capítulo 8🔮

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Drakon:

Mi cuerpo se tensa completamente, y pestañeo lo suficiente para que mis ojos dejen de arder. Alice cae al piso llorando y me llega a dar pena su expresión tan destruida. John se mantiene estático, pero veo como sus ojos se mantiene llenos de lágrimas cuando apoya sus manos en la ventana, mirando a Mor.

Los esquivo a los dos y camino a paso apretado hacia Azrael.

Ni muerto dejó que se la lleve. A ella no.

Él dirige su mirada perezosa hacia mí, y su cara se mantiene sin emoción alguna, antes de que estreche sus ojos evaluándome, y se pegue a la pared asustado, —como si se le hubiera aparecido la virgen—, al reconocerme.

Cambio a mi esencia demoníaca y dejo que el manto de protección me cubra para que nadie me vea, al hablar con él. Su cara se estira en sorpresa, intentando calmar el susto que le di.

Imbécil.

Nos vemos las caras frente a frente, ya que soy solo un poco más alto y corpulento que él.

— ¿A que le debo el disgusto de verle la careta al general de las tropas infernales? — ahoga una risa.

Mi rostro nunca deja de ser frío, mucho menos mi voz.

— ¿Qué haces aquí? — gruño.

— Dah —rueda sus ojos—, vengo a hacer mi trabajo —responde con un elegante levantamiento de ceja, mirando por sobre mi hombro, clavando su vista en donde menos quiero que la clave—. Vine por la niña de allá.

Giro levemente mi cabeza para mirar a Mor, comprobando por quién viene este imbécil.

Que se joda. Por sobre mi cadáver se va a llevar a la terca esa.

— No te la puedes llevar —pellizco el puente de mi nariz—. Lárgate de aquí.

Sus divertidos ojos negros me parecen ordinarios, cuando me recorren el rostro.

— ¿Por qué no me la puedo llevar? —su pregunta es curiosa—. No puedo dejar de hacer mi trabajo porque se te de la regalada gana. Y a todo esto, ¿qué demonios haces aquí? —señala todo a nuestro alrededor—. Este es mi territorio.

— Son ordenes de Lucifer —el rostro de Azrael se ensombrece y cierra la boca sin saber que decir en milésimas de segundos—. Es su hija la que está al otro lado de la ventana.

Traga con fuerza, la actitud despreocupada y divertida desaparece en su totalidad, y de la nada siento el miedo que le produce saber que se metió, —sin saber—, en los asuntos de Lucifer.

— No, no puede ser —niega con la cabeza intentando convencerse de eso—. Ella está desaparecida, nadie sabe dónde está, ni siquiera podría ser parte del mundo humano, nadie la podría camuflar, y…

— Sabes cuál fue el dictamen que dio Lucifer —una sonrisa se asoma en mis labios—. Cuando Morrigan cumpliera los dieciocho años humanos yo vendría por ella, y en eso estoy —me comienzo a frustrar—. ¡Así que lárgate de aquí!

Su ceño se frunce en desconcierto.

— Han pasado un poco más de cien años, es imposible que la fecha se acerque —se comienza a desesperar—. Nadie está preparado para que la fecha se acerque — recalca las últimas palabras.

Huesos de un Muerto©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora