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Era 1938 del viejo oeste en una ciudad árida de Corea, cuando Song Iseul Han comenzó a cuestionarse sobre las ventas bajas que habían en su taberna; no bastó con ser la única en todo el condado, porque los citadinos preferían recorrer kilómetros a caballo para ir a la próxima Villa cercana sólo por el espectáculo de señoritas que se les presentaba como entretenimiento.

Mientras la difunta señora Song vivió, Iseul se negó a este tipo de espectáculos. Pero ahora que veía los números que no concordaban con las ganancias, estaba pensándolo dos veces.

— Señor Song, ¿necesita un trago esta tarde?

Su único empleado confiable pregunto amable al dueño del local sentado frente al chiquillo que limpiaba los tarrones sucios con un trapo limpio.

Era la manera de ahorrar tiempo en estos locales.

— No, no. La cerveza ahora sólo me dará más dolores de cabeza. Este lugar se viene abajo hijo, lamento que tengas que ver esto.

— ¿Bromea, señor? Este lugar es lo que alimenta al pueblo, después del banco, puedo afirmar que nada es más solicitado que esta taberna, ni siquiera a la comisaria me atrevería a nombrar.

— Gracias por subir mis ánimos, chico, pero debo buscar la forma en que este lugar en verdad no cierre. Odiaría saber que tus hermanos pasarían hambre...

— Usted es un buen hombre. Preocupado por otra persona antes que el destino de su negocio y su vida.

— Te veo como un hijo, Jin. Si te falta algo, ¿en qué clase de persona me convierte eso?

El muchacho de inusual cabello rosa, sonrió negando la cabeza ondeando sus hebras rebeldes, ambos tenían un gran respeto por el otro y ninguno de ellos estaba dispuesto a ver morir ese lugar.

El señor Song era para Jin efectivamente como un padre, luego de perder al suyo en un tiroteo al mediodía contra un matón que deseaba robarle las ganancias que había logrado llevar consigo después de una semana de arduo trabajo. Así que, ese hombre era lo más cercano a una figura masculina para él.

Las opciones del hombre de avanzada edad se redujeron a lo mismo. Hacer de su taberna, una cantina como aquellas que llamaban tanto la curiosidad de los hombres, sobre todo los jóvenes.

No podía hacer de ello un burdel. Su moral iba más allá de explotar a las jóvenes para tener relaciones y satisfacer los deseos de los hombres por unas horas. Prefería vender cerveza de raíz y crear en los hombres fantasías con las chicas que daban bailes con sus vestidos pomposos y tacones resonantes.

La tarea más difícil fue buscar jovencitas y damas del pueblo que estuvieran dispuestas a trabajar con él, aunque era un pueblo grande, conocían a la gran mayoría de residentes de allí, entonces podría recurrir a las citadinas nuevas que emigraban por el lugar.

Pero sin alguien que liderara, no tenía un buen numero para ello y difícilmente podría conseguir durar más de unos meses.

— ¿Señor?

— Ve a casa ya, Jin. Es muy tarde y la noche es fría, no quisiera que algún bandido te asaltara si te ve merodear por las afueras.

— Pero señor, puedo ver su preocupación por el rumbo de este lugar. Por favor, permítame ayudar con sus cargas, ¡este también es como mi hogar!

— No quiero acarrear más problemas a esos débiles hombros tuyos, tu única preocupación deben ser tus hermanos.

— Si algo le pasa a este lugar y a usted, señor, yo tendría aún más preocupaciones. Por favor, comparta sus problemas conmigo.

Tan lejano como el oeste; KookjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora