PRÓLOGO

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Mi alma jamás será perdonada, pues yo dicté mi sentencia eterna cuando acabé con mi propia vida

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Mi alma jamás será perdonada, pues yo dicté mi sentencia eterna cuando acabé con mi propia vida.

Pero no, no fui al cielo exactamente y ningún ángel cantó melodías de bienvenida, en cambio, fui castigada a sufrir por toda una eternidad en el infierno por el pecado que había cometido. Parecía que mi sufrimiento sería perpetuo hasta que llegó él y por alguna razón que aun desconozco, decidió comprar mi alma.

Así es, el que un día fue el portador de la luz y el que ahora era el amo y soberano de todo el tartaro, de entre todas las almas en desdicha, compró la mía a cambió de un simple dracma, eso era lo que valía una simple humana como yo después de haber escupido en un regalo tan precioso como lo es la vida.

Mi trabajo era sencillo, solo debía lamer los pies de la mayor decepción del altísimo y cumplir con todas sus órdenes, de ese modo no volvería a ese espantoso lugar, aquel en donde las almas pecadoras como yo, sufrían sin fin, privadas de juicio y de la misma reencarnación.

Pero, no contaba con algo, que el rey tenía un hijo, el principe de todo el asqueroso averno: Bhal, el soldado más temido por legiones, el cazador de ángeles y el amante que todas las hembras deseaban tener en su cama.

Bhal era prepotente, orgulloso y cruel, demasiado indomable para su padre quien frente a sus constantes faltas decidió darle una buena lección, una que realmente llenaría a su hijo de odio, fue duramente castigado, se le quitó sus tropas y fue sentenciado a ser el verdugo privado de su progenitor. Su futuro reinato estaba a punto de ser arrebatado de sus manos por su propio hermano, el bastardo de su familia.

Sus honores, riquezas y orgullo solo se le devolverían cuando terminará con éxito cada misión que su padre le diera.

¿Ya mencioné que le quitaron a sus tropas? Bien, pues ahí es donde entro yo. Su padre me entregó a él como símbolo de consuelo, o más bien burla por haberse siquiera atrevido a llevarle la contraria, como fuera, yo llegué mucho después de eso.

Mi deber era simple y conciso, asistir al despreciable y prejuicioso principe y encargarme de que hiciera muy bien las tareas que su "adorable" padre le asignara.

Y eso es lo que hacía en este preciso momento, caminaba a uno de los clubs más peligrosos de todo el lugar. El ingreso era de tamaño promedio, la enorme fachada era de piedra caliza y habían luces parpadiantes como adorno por cada rincón, justo en la entrada estaba un horrible Guarko, custodiaba quién pasaba y quién no, su aspecto era repugnante, tenía enormes cuernos rojos y un hocico que se asemejaba al de un lobo hambriendo y salvaje.

Alguien pasó por mi lado chocandome bruscamente, como si fuera un estorbo, luego me di cuenta de que se trataba de una sucia Sikus, las sikus eran mujeres demasiado hermosas, tanta era su belleza, que podían volver locos a los pobres machos en celo, eran la atracción perfecta en los clubs de esta clase.

Me echó una mirada de pocos amigos no muy contenta con mi presencia, la observé del mismo modo, su melena blanca danzaba firmemente sobre sus hombros, un vestido corto y pegado se ajustaba a sus enloquecedoras caderas y sus largas piernas. Los tacones altos la hacían ver elegante pero no más que la considerable cantidad de joyas que colgaban sobre su cuello, muñecas y piernas. Desde luego, nada resaltaba más que su espalda, tenía la piel de una serpiente en toda esa zona.

INFERNUM:Llamas Ardientes. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora