CAPÍTULO N°30

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Deslicé las manos por la colchoneta oscura, las yemas de mis dedos se hundieron en la superficie solo para cerciorarme si tenía el suficiente relleno por dentro como para amortiguar mi rostro al chocar contra el firme suelo de piedra, a estas altu...

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Deslicé las manos por la colchoneta oscura, las yemas de mis dedos se hundieron en la superficie solo para cerciorarme si tenía el suficiente relleno por dentro como para amortiguar mi rostro al chocar contra el firme suelo de piedra, a estas alturas y con lo que Dekov había soltado en el gran comedor ya no estaba tan segura de mis propias habilidades, mucho menos en poder vencer a uno de esos demonios. Podrían romperme los huesos como un palito seco, de esos que no eran lo suficientemente firmes como para quedarse en las gruesas ramas de los árboles.

Mis pulmones liberaron el aire que retuve ahí mismo desde que me senté junto a Ethelia y otras chicas en el centro del enorme salón, definitivamente se había vuelto mi lugar favorito desde que puse un pie dentro, desde luego no porque aquí se rompían los huesos como abrasivos sino porque el lugar era impresionante. El techo tenía la misma forma de la cúpula donde se impartía algo de historia, solo que esta era casi por completo de vidrio, un vidrio de un tono oscuro que, aunque no dejaba filtrar la luz natural del exterior, estaba segura de que sí permitía ver las brillantes estrellas del cielo y la hermosa luna por la noche.

Las paredes eran de piedra gris y caían con una textura lisa en su estructura circular, cada pilar seguía esa curvatura para rodear todo el ambiente, no había ventanas en lo absoluto, pero si cuatro entradas entre las inmensas columnas con una forma arqueada que otorgaba el fácil acceso a la fresca brisa de la tarde. Se apreciaba más antorchas colgando de los muros como los mismos estandartes que flameaban en cada rincón de la torre, recordándonos en cada momento del día el único motivo por el cual estábamos aquí.

Algunos bancos de madera oscura y detalles hechos en metal bordeaban las esquinas al igual que los percheros de hierro negro, de estos colgaban todo tipo de armas, en su mayoría lanzas, escudos con el emblema real grabados, machetes y hasta látigos con varias extensiones filosas. Al principio no pude evitar alarmarme pues no encontraba señal alguna de las dagas, luego pude tranquilizarme cuando las descubrí minuciosamente acomodadas en un extremo izquierdo, muy por detrás de las manoplas. Si estaban acomodadas ese lugar podía deberse a que no eran usadas y en mi situación, era lo único que podría servirme al no poder defenderme con una espada como tal. Solo esperaba que los demás no fueran descubrir que las utilizaba porque era incapaz de sostener otra arma elaborada con el hierro más resistente del infierno. No solo se echarían a reír en mis narices, también me verían como la presa más débil si es que hasta el momento algunos no lo habían hecho.

Desvié mi mirada hacia uno de los grandes espejos del salón, lo cuales estaban colgados en uno que otro muro de forma estratégica para que cualquier demonio dentro de la enorme alfombra negra, pudiese observar los movimientos correctos de su cuerpo al romperle los huesos a su contrincante. Di con mis ojos azules, mi cabello sujeto en mi típica trenza y la ropa de cuero ceñida a mi cuerpo para facilitar mi flexibilidad, tenía las mejillas un poco rojas, así que no sabía exactamente si se debía al calor que provenía del fuego de las antorchar o si simplemente se debía a los claros nervios que ya empezaban a apoderarse de cada centímetro de mi esencia.

INFERNUM:Llamas Ardientes. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora