11. Resistencia

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Tenía la mesa preparada y perfecta. Todas las exquisiteces que había encargado Callie estaban distribuidas en platitos coquetos con mucho gusto, había todo tipo de productos exóticos. La comida estaba lista, el horno mantenía el calor del segundo plato. Cuatro horas encerrada en la cocina pero lo había conseguido y ahora, tras ducharse, se decoró el pelo con un broche de piedras de colores y ella solo le permitió ponerse unos bonitos pendientes, una fina cadenita en la cintura que brillaba bajo la luz del día y una pulserita en el tobillo y sendos brazaletes. Se observó en el espejo nerviosa, sus pechos estaban encendidos, sus pezones se erizaban por los nervios y permanecían contraídos tan nerviosos como ella. ¡Horror! La cara la ardía y estaba muerta de miedo y de vergüenza pero era lo que había, eso o renunciar y dejarle ganar.

No, no podía derrumbarse ahora, no cuando era el cuarto día y se imaginaba todas las noches a Callie levantando el teléfono y diciendo a Cristina que ella lo había superado todo. Se sintió levemente emocionada dado el nivel de nervios en su cuerpo y cuando sonó la puerta pensó que se iba a desmayar. Callie hablaba con alguien en la planta de abajo, varias voces emergieron desde abajo, se aproximó a la barandilla y metió levemente la nariz por los barrotes agachada de tal forma que no pudieran verla. El corazón se le hizo un puño. Dos hombres vestidos de traje negro permanecían de pie junto a Callie, uno de ellos, de una altura descomunal parecía de fuera, remarcaba la « erre» con fuerza, como lo hacía Eliza. Pensó en George. ¡Cuánto necesitaba en aquel momento su consejo! El hombre extranjero tenía una altura poco habitual, fuerte, de pelo castaño y facciones algo agresivas y mentón ancho, a su lado había otro hombre que parecía más joven que él, permanecía inmóvil con las manos en los bolsillos del pantalón, el pelo rapado y una sonrisa hipócrita que le recordaba a Alex horriblemente.

Arizona se movió en silencio hacia la derecha para conseguir ver a un tercer hombre de complexión más delgada que el resto apoyado en la pared peleándose por encender un fino cigarro, llevaba un traje color gris perla y tenía el pelo algo largo y engominado que le daba un aire golfo y achispado, su camisa se abría con aire chulesco profiriéndole un semblante más juvenil y guapo. Pero lo que más miedo le dio fue el cuarto hombre, plantado en el umbral de la puerta, parecía el mayor de todos, casi de la misma edad que Antón, tenía el pelo algo cano, un gesto de enfado en el rostro, nariz afilada y piel oscura. Sujetaba entre ambas manos un bastón de madera con una empuñadura en plata y miraba con aire agresivo a su alrededor. En aquel momento creyó que perdía el conocimiento, mientras todos hablaban afablemente el extraño hombre levantó ferozmente la vista hacia ella y clavó sus ojos en ella como si supiera desde un principio que estaba allí. Ella reculó de cuclillas y se mantuvo expectante. ¿Cómo era posible? El hombre se mantenía inmóvil apoyado sutilmente en el bastón que más que una ayuda era un detalle ornamental para su egocentrismo, tenía una complexión atlética, incluso más que lo más jóvenes y aún así, seguía con la vista en alto y el ceño fruncido sin decir una sola palabra.

—Me ha visto... —pensó—. ¿Cómo es posible? Dios mío...

Elevó el bastón y profirio un golpe sordo contra la tarima de madera, en ese momento un Doberman descomunal entró en el salón y se sentó a su derecha.

—Richard —oyó decir al extranjero—. Tu perro tiene más años que tú, no te servirá de mucho si tiene que defenderte —rió.

—¡Estupideces! —musitó con arrogancia—. Darko es más valido que todos esos guardaespaldas que te custodian las pelotas.

Callie le dijo algo que no llegó a escuchar, estaba más apartada y apenas podía verla, calculó que la tenía justo debajo y apenas podía verle más que el brazo cuando gesticulaba. El hombre del perro, Richard, meneó la cabeza negativamente con el mismo gesto de mal genio y farfulló algo.

~La iniciación~ (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora