38. Recuerdos de dolor.

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(En esta capítulo se contará lo qué pasó en ese año y medio, los eventos no van exactamente en orden cronológico, les digo pa que entiendan :). )


~Flashbacks~


Se mantenía de pie frente al amplio salón de aire isabelino, sus suaves cortinas de terciopelo, lámparas que irradiaban aquella luz coralina, el papel en las paredes y los muebles exquisitos que lo deleitaban. Cristina ya había llegado, esperaba su turno. Había más de veinte personas, siempre las mismas, pobres de dinero y vicios. Hartos de ellos mismos, incluso. Aristócratas octogenarios, hombres de negocios excesivamente desviados como para tan siquiera quererse a sí mismos. ¡Ah, pero cómo le gustaba aquel lugar! Y lo gracioso de todo es que en veinte años nada había cambiado. Sí, él. Volvería a llevar a Lex a La Baraka, la tumbaría en esas suaves y mullidas camas de amplios cabeceros de madera tallada y jugaría con ella entre las preciosas sábanas de satén. ¿Acaso se activaba su cabeza de tal manera cuando pisaba ese palacio del delirio? Lex... Lex... Tengo tanto que vivir a tu lado...

Frunció el ceño cuando entró Callie. Con ese aspecto inmenso e intimidante.  Hubo una especie de ovación contenida de necesidad cuando la vieron aparecer.

—¡Por fin! —dijo uno de los ancianos más alejados del centro del salón.

Darío se aproximó a ella. Se mantenía pensativa en un extremo de la barra mientras pedía una copa de cava.

—Cristina está lista —dijo—. Están ansiosos.

—Pues vamos.

La llevaron al centro de la habitación. Daba la impresión de ser un reo
condenado a muerte a punto de subir a la hoguera que la viera arder. Estaba ida, pero eso no parecía importarles a ninguno de los que estaban allí. Empezaron a babear como locos cuando la vieron, aún sin su hermosa melena, expuesta a ellos.

—Confirmas. Sí —dijo uno de los hombres—, que estás aquí por tu propia voluntad, que aceptas las condiciones, y firmas y reafirmas que quien puje será propietario de ti durante el plazo de diez años renovables.

Extendió una subcarpeta con un papel anclado y un bolígrafo.

—Cristina Yang—dijo—. Firma, por favor.

Miró hacia donde estaba Callie.
« Recuerda que tienes familia, Cristina» .

—Sí —contestó cogiendo el bolígrafo.

—Confirmas. Sí —prosiguió—, que en ningún momento has sido coaccionada, obligada y/o empujada a tu decisión. Que eres mayor de edad y posees todas tus facultades mentales en su totalidad. Que formarás parte como esclava, sin voluntad, sin decisión, sin poder de actuación. Confirmas. Sí.

—Sí —susurró firmando más abajo.

—Puja abierta.

¡Oh, la algarabía emergió! Varios de los hombres tenían piques entre ellos y
jugaban con las distintas posibilidades. Era humillante, Cristina no dejaba de mirar el suelo, de pie, totalmente desnuda, hundida.

—Callie...

La voz de Atticus y su gesto desencajado le advirtieron de que algo no iba bien. Se volvió y vio a Arizona. De pie, en el umbral de la puerta, los ojos abiertos como platos, el bolso colgando de la mano y una expresión de estupor.

~La iniciación~ (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora