2. Celos

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Eran las dos del medio día y un coche sonó en la entrada de la finca. Todos estaban en el salón, esperaban que llegaran los nuevos invitados para pasar al comedor. Oyó a Antón en el exterior, una voz femenina al fondo y unos tacones retumbar en el mármol traventino del hall. En todo el tiempo que llevaba al lado de Callie fue el primer día que realmente sintió celos. Allí estaba ella, de pie bajo el umbral de la puerta, una mujer que no llegaba a los treinta años de mirada feroz y sonrisa digna. Tenía una inmensa melena caoba que caía por delante de sus pechos hasta casi rozar sus caderas, rasgos marcados y angulosos, boca grande y perfilada. Se mantenía de pie con una inmensa pierna estirada hacía la derecha y las manos en la cintura. Un sombrero colocado de lado al más exquisito estilo francés y un pantalón de raya diplomática ajustado con un corsé que apretaba sus pechos bajo una camisa blanca.

—Cristina... —musitó Callie levantándose con pereza—. Sigues tan « mona» como siempre...

Su tono irónico le provocó una risa falsa.

—Y tú tan perversa y sobrada querida.

La mujer dirigió una mirada rápida a todo el salón y sonrió con elegancia a
todo el mundo. Sus pisadas hacían vibrar a Arizona, era toda una belleza y aquel gesto de prepotencia quizá la hacía más hermosa de lo que era. Carina permanecía totalmente obnubilada. Se sentó en la butaca de Antón y se sirvió una copa de ron
rápidamente.

—Vamos querido —dijo entonces—, no te quedes ahí. Pasa y saluda
cortésmente, no tenemos toda la mañana. Se educado.

El joven George entró tras Antón. Arizona sintió un escalofrío por el cuerpo, era un niño realmente adorable. Tenía el pelo repleto de caracoles castaños que le caían por la frente formando bucles, unos enormes ojos aceituna que brillaban quizá por la vergüenza y un cuerpo esbelto, alto y definido. El muchacho se quedó a pocos centímetros de aquella diva y bajo la mirada.

—Bien... ¿Sigues tan impertinente Alex? —le espetó.

—Mi impertinencia es directamente proporcional a tu zorrería querida mía.

Cristina soltó una carcajada y dio un trago a su copa.

—Tu damita es una belleza Calliope... Y veo caras nuevas... —miró a
Jackson y Carina y una fila de dientes blancos emergió del inmenso orificio—. Bonita niña.

—¿Por qué no presentas al muchacho Cristina? —Antón se adelantó y le pasó la mano por el hombro.

Arizona se dio cuenta que el joven apenas levantaba la mirada del suelo. Estaba a tan sólo unos centímetros de Callie y esta le dirigía miradas de curiosidad. Ni siquiera había abierto la boca y permanecía quieto y expectante.

—Mi chico no esta acostumbrado a tanta ropa —dijo—. Sus mujeres deberían estar desnudas, desprovistas de todo y postradas. Respeto sus métodos y me adapto, que conste que lo hago por educación pero no lo comparto.

—Es todo un detalle por tu parte —dijo con sarcasmo Callie—. Siempre hay tiempo para todo, Cristina.

La cabeza de Arizona funcionaba a doscientos por hora. ¿Acaso el joven George pasaba las horas desnudo junto a aquella mujer? ¿Cómo podría soportar esa situación? ¿Acaso le gustaba? No se atrevió tan siquiera a moverse, Mark se reía ante la extraña conversación y al ambiente caldeado de la sala. Cristina estiró el brazo y el joven George dio un paso al frente.

—George, mi joven y hermoso alumno. Veintisiete años, esclavo en su totalidad, obediente, algo terco y orgulloso, le cuestan ciertas ordenes, sobre todo cuando tiene que ejecutarlas fuera de la intimidad de mi casa —le dio una palmada en el trasero y este avanzó un paso—. Por eso he querido traerle en este viaje de trabajo. ¿Qué mejor sitio para mi precioso esclavo que la finca Quimera?

~La iniciación~ (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora