36. Peticiones

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Inclinó la cabeza y la miró con curiosidad. Mmm... Estaba hermosa, se había soltado el pelo rubio, llevaba un precioso vestidito de tirantes sin nada debajo y se contoneaba de un lado a otro de la casa colocando cosas.

—Joder, Leh... Tenemos una señora que hace eso —susurró.

—Si no me mantengo activa me muero, señor. —Se inclinó hacia adelante y colocó unos libros en las estanterías—. Paso muchas horas en casa...

Alex sonrió de medio lado y levantó la ceja.

—¿Quieres trabajar? —Ahora la miraba fijamente y se incorporaba en el sofá con suma atención.

—Bueno... —Lo miró—. Yo... Yo... No es que tenga mucha experiencia en...

—Te he hecho una pregunta simple. Sí o no. ¿Eso querrías?

—Señor, lo que usted quiera estaría bien.

Se levantó ofuscado y se aproximó a ella.

—No me exasperes, Leah, contesta a lo que te estoy preguntando.

Ahora parecía enfadado. Siempre que la llamaba por su nombre completo
estaba enfadado o molesto por algo.

—Bueno, la verdad es que salir unas horas y... —Suspiró—. No me vendría
mal... Aquí en casa no tengo nada que hacer, usted suele pasar el día trabajando y...

« ¡Oh, Leh! Sigues teniéndome miedo...»

—Entiendo.

—Yo, yo sé que no le gusta; por eso tampoco importa, era una simple... idea. Pero si no quisiera lo comprendería y seguro que encuentro algo con lo que...

—Ponte de rodillas, Leah.

Aquella orden la pilló de improviso y se quedó algo descolocada. Alex la
miró, levantó las cejas y abrió los ojos.

—Al suelo, Leah, he dicho. —Se situó detrás de ella y aspiró aire—.
Vamos a volver a empezar, cuando tartamudeas y dudas me molesta, igual así eres más clara con tus necesidades. ¿Qué es lo que tú quieres, Leah?

¡Oh, qué nerviosa se puso en unos segundos! Notaba su cuerpo detrás y esa sensación de que lo que le iba a decir no le iba a gustar nada. Tragó aire y cerró los ojos.

—Señor, me gustaría trabajar. Sí. —Ahora se deshinchaba como un globo y se ponía roja.

—¿Cuánto tiempo llevas con esa idea en la cabeza, Leah?

Lo oyó caminar y luego volver hacia ella. Sus zapatos taconeaban por la tarima y luego desaparecían al contacto con la alfombra.

—Unos... unos...

—Leah —dijo entre dientes—, por el amor de Dios, no tartamudees.

—Unos meses, señor.

Ahora lo tenía delante y se inclinó hacia su cara sin sacar las manos de los
bolsillos del pantalón.

—¿Y se puede saber por qué no lo dices? Como todo, claro... Leah, soy tu
amo, no tu adivino. —Frunció el ceño—. Tampoco soy tu verdugo, Leah. ¿Qué temes?

Ella era así, siempre lo había sido desde que la conoció; sin embargo, ahora que vivía con él tenía claro que Leah era una mujer miedosa, obediente y excesivamente, quizá, sumisa para todo.

—No... no. —Lo vio cerrar los ojos intentando soportar su limitada paciencia al notarla tartamudear—. No lo tengo claro, señor, como sé que no le gusta pues no lo digo..., señor. —Iba a ponerse a temblar en cualquier momento. Bajó la cabeza y suspiró.

~La iniciación~ (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora