27. Boda blanca II

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Eran las once de la noche cuando los invitados más ancianos y los padres de Arizona se despidieron de la gente y abandonaron la fiesta. La carpa tres repleta de sofás con las pantallas de plasma desperdigadas por todo el perímetro estaba llena de gente. Cuando entró en ella vio a sus amigas tomando una copa con un grupo de hombres. ¡Maldita sea! ¿Es que no se cansaban? Se rió y meneó la cabeza negativamente.

Vio a Callie al fondo peleándose con un camarero que no era capaz de descorchar una botella y a Alex tirado en uno de los sofás al estilo romano mientras Leah le daba de comer unas frutas rojas que no identificaba, Addison con sus mujeres, su hermano el cual le dirigió una mirada de complicidad mientras la pequeña Carina, agotada, dormitaba junto a él.

Jackson se encontraba en mitad de una conversación de cinco. Todo parecía seguir su curso hasta que un hombre de unos cuarenta años, de pelo negro y rasgos marcados subió al escenario y cogió el micrófono.

—Un poquito de atención —dijo con un acento italiano.

Era muy alto y atlético y llevaba la camisa ligeramente abierta

—¡Un poquito de atención! — dijo elevando el tono—. Bien, Torres —le hizo un gesto de respeto—, mis felicitaciones a ti y a tu preciosa mujer, toda una belleza... sí... —un tono profundo y depravado sonó de repente—. Bueno, a lo que voy, es raro sobre todo en esta época de crisis, poder juntarnos todos. Más cuando nuestros trabajos nos impiden coincidir en la mayoría de los casos... como quisiéramos —giró la cabeza en dirección a la derecha y miró a un grupo que estaba sentado con dos de las amigas de Arizona en una zona de sofás alejada de todos— los Malbaseda nos hemos permitido la libertad de traer... un pequeño detalle de boda para todos los invitados. Para los que lo deseen claro... Veo que no hay niños, los mayores ya se han retirado, una pena, y las familias directas han abandonado Quimera. Que empiece pues... ¡La fiesta!

La carpa se abrió en un lateral y aparecieron varias muchachas vestidas con un pequeño tanga, los pechos descubiertos adornados con pedrería fina y el rostro y el cuerpo con pequeñas incrustaciones brillantes pegados por la piel a modo decorativo. Todas llevaban finas pulseritas de tobillo muy al estilo de Lexi, la música étnica empezó a sonar y las muchachas, al menos veinte, danzaban exhibiendo sus encantos por las mesas, entre los hombres, las mujeres y todo aquel que se cruzaba en su camino.

Arizona dirigió una mirada taciturna a sus amigas, que observaban la escena algo descolocadas. Llevaban filas de piedras brillantes pegadas en todo lo largo de sus piernas haciéndolas interminables e increíblemente exuberantes. Las muchachas trepaban a las mesas de centro de los sofás, se arrodillaban con elegancia y bailaban medio tumbándose en la mesa para luego gatear hasta alguno de los hombres que las miraban. Alguno de los chicos más jóvenes derramaba alguna copa de cava en el cuerpo de una de las muchachas y lamía juguetón el líquido que escurría por encima de ella. Carina palmoteaba animada por el espectáculo, la niña disfrutaba de los golpes visuales más incluso que las amigas de Arizona que ya pasados los treinta no daban crédito a lo que veían.

Uno de los que parecía pertenecer al grupo de los « Malbaseda» , un hombre de pelo castaño engominado, ojos verdes brillantes y rasgos marcados se abrió paso entre los sofás y tiró de una de las bailarinas poniéndola a cuatro patas sobre la mesa baja de centro.

—La van a armar —dijo Alex con tono calmado— y aquellas niñitas del fondo van a sufrir un infarto.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Arizona.

—Tranquila, señorita de Torres —dijo Alex con humor masticando una frambuesa—. Están clavadas a la silla, bien rodeadas y en estado catatónico igual nos sorprenden —soltó una risilla y abrió la boca para que Leah le diera otra fruta.

~La iniciación~ (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora