37. La cordura de la venganza.

274 35 8
                                    

   ~Un año y medio después~

Entró en la casa acompañada de su eterno porte. Reed y April se fueron directas hacia el salón. Todos estaban en casa de Calliope, incluso la presencia de Marco Malbaseda era reconfortante, y, por primera vez en mucho tiempo, no significaba que hubiera problemas. Durante unos instantes observó a todos y cada uno de los que estaban allí. Era increíble cómo todo cambiaba. Atticus con su preciosa Lexi. ¿Realmente había visto a Lexi tan feliz como en ese momento? Nunca.

Callie pasó a su lado, le dio una suave palmada en la espalda y le acercó una copa de vino. Se apoyó en la pared y sonrió a Arizona. El mero hecho de oír las peleas por el mando de la consola de George y Carina le generó la sensación de que todo funcionaba como debía. ¿Cuántos años llevaba con sus pequeñas vampiras? Nada más que diez años... Algo bueno tenía que haber hecho para seguir a su lado.

Oyó música en el despacho de Callie y observó a Alex en la habitación apoyado en la ventana. Entró sigilosamente y se sentó en una de las butacas.

—¿Qué haces aquí solo, Alex? La fiesta está fuera.

Alex sonrió sin mirar hacia él. Los pequeños rayos de sol se filtraban por la ventana y hacían brillar sus mechones rubios con intensidad.

—Pensar. Aunque a veces no lo parezca, suelo hacerlo.

—Anonadada me hallo —contestó Addison con sorna.

—Llevo dos años intentando entender a Callie. Dos años intentando
analizar qué hace que una mujer que lo tiene todo, que puede conseguir lo que quiera cuando quiera, sea capaz de atravesar el mundo cuando una mujer entre mil la abandona. Hay mil mujeres en el mundo que se pondrían de rodillas con un simple parpadeo de cualquiera de nosotros. Tenemos... todo lo que una mujer puede desear, pero, por alguna razón, ella escogió a una, una entre esas mil, y nunca llegué a entenderlo. ¿Por qué? —preguntó riendo—. ¡Oh, señora, puedes tener veinte mujeres lamiéndote las botas, incluso cientos, cientos que no te importan, incluso que te dan mil veces más que ellas, menos guerra, con total seguridad...! —Embozó una sonrisa y miró al vacío—. Cien esclavas... Ni un quebradero de cabeza, cien, mil... —Apoyó la frente en la cristalera y observó la calle y la multitud. Señaló con el dedo—. Y un día dices: « Tú, no sé por qué. No sé la razón. Tú no tienes nada en concreto, nada especial a simple vista, pero tú eres toda mi vida». Al principio parece igual, aunque algo empieza diferenciarla, ya no te sientes incómodo durmiendo a su lado y, cuando se pone de rodillas ante ti, aun soportando la presión desequilibrante que eso nos genera y nos descontrola, te sientes el hombre más afortunado del mundo porque ella te lo está entregando. —Apretó las mandíbulas con rabia— todo... todo... todo...

—Alex...

—¿Y sabes qué? —inquirió melancólicamente—. En ese puto momento, te acojonas. —Rio—. Te acojonas como un niño de cinco años porque tienes un juguete maravilloso, nuevo, y tienes la responsabilidad, el honor, el poder de que no se rompa, de que no le pase nada... Ella te lo está entregando todo, amigo. Eres lo suficientemente rico para darle el mundo, pero ¿puedes estar a la altura de lo que te está dando? ¿Puedes? No lo tengo claro... —Negó varias veces y se volvió hacia Addison—. Todo lo que ha pasado me recuerda, Addi, que no podemos protegerlas del mundo, y, cuando he visto la realidad, cuando he visto que todo lo que he conseguido, que todo mi dinero, no la ayudaría en determinadas situaciones, me he dado cuenta de lo vulnerables que somos.

—Amigo, es ley de vida. Nadie dijo que sería fácil.

La puerta se abrió y Atticus entró como una exhalación. Plantó un beso en la frente a Addison y se dejó caer en el sofá.

~La iniciación~ (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora