13. Ríndete

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Ni siquiera le permitieron coger nada de casa. Cormac salió del despacho y le colocó un collar en el cuello con una pequeña correa corta. Ni siquiera la miró con la intención de despedirse, la abandonaba a su suerte, para aprender algo de aquella noche que aún no entendía. Ilógico, Atticus se sentó en el asiento del copiloto, Cormac conducía su bonito coche deportivo, de esos que llaman baja bragas, igual de egocéntrico que él mismo. Estaba aterrada, desnuda y sentada en el asiento de atrás, ¿acaso la sacarían a la calle así? ¿Por qué la dejaba sola? ¿Qué era lo que aquello podría enseñarle?

Humillación y sí abandono, pero por parte de Calliope. Una hora y media de viaje a través de la carretera secundaría para llegar a la casa de los Adams. Pensó en la casa Cross, la casa heredada de Atticus, tenía que ser aquella, la arquitectura era claramente Isabelina, una puerta enorme arqueada y dos torres frontales a cada lado. Pensó que si escapaba de allí, se perdería en el bosque o la comerían los lobos. Le dio por reírse sin ganas. Aquello era un mal sueño y no podía despertar.

—Señorita... —Atticus se giró levemente pero no la miró—. Bienvenida a mi hogar de verano, en el momento que bajes del coche, a cuatro patas.

—No... no me encuentro bien...

—Se llama « estar acojonada lady» —dijo con sarcasmo Cormac—, pero se te
pasará...

Aparcaron justo delante de la puerta, ella gateó atada por la correa hasta la
entrada y al traspasar la puerta se dio cuenta que todo el recibidor, un inmenso suelo de piedra se extendía bajo sus rodillas. Cormac tiró con fuerza de la correa y le provocó un gemido lastimero.

—Animal —susurró ella.

—¡Oh! Ya vemos el carácter de la niña, perfecto, ahora que no está tu Señora sácalo, no nos debes pleitesía —se inclinó hacia ella y se acuclilló—. Tu zalamería, tu belleza, no vale una mierda en esta casa, me importas tres cojones y yo... no te quiero... por lo que... me tira del rabo tus gestos de pena, tus posibles llantos y tú... carita de niña buena...

—Me da igual —Arizona lo miró con odio. Atticus la observaba a poca distancia mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba en un perchero—. Me da igua l...

Cormac se rió y dio otro brusco tirón que la empujó hacia delante. Ella intentó mantenerse de rodillas pero a punto estuvo de caer de bruces contra el suelo.

—Camina, zorrita, te quedan dos pisos para llegar.

La subió con dureza peldaño a peldaño sin darla tiempo a veces a apoyar las manos en las escaleras, de esa forma, iba a trompicones y a veces incluso la arrastraba. Atticus iba detrás, con su calma pausada y como siempre sin abrir la boca. Al llegar a la planta segunda las rodillas le ardían, la piedra le había golpeado varias veces los huesos y tenía rozaduras en las dos piernas, abrió una de las puertas más próximas a la escalinata y la arrastró dentro, enganchó la correa a una argolla de una de las paredes que sobresalía y se apartó encendiendo un cigarro. Arizona miró a su alrededor.

Era una habitación, con una cama matrimonial inmensa, una mesa de madera tallada y ribeteada en las patas con motivos florales, varias alfombras en los extremos y centro del piecero y dos inmensos ventanales de doble puerta. Las paredes estaban tapizadas en papel de colores clásicos, le recordó a la casa de su abuela en el pueblo, a las bombillas pelonas que pendían del techo y solo se encendían con una pequeña perita colgante con la que una se estrellaba cuando se incorporaba en la cama en mitad de la anoche.

—Callie... ¿Por qué me has dejado sola? —musitó llorando anclada a la pared absurdamente.

Observó a los dos hombres, Cormac se había sentado frente al escritorio y buscaba en los cajones suspendidos a ambos lados, algo que no tardo en encontrar. Atticus la miraba, como si fuera un espíritu de otro mundo, en mitad de la habitación con las manos en los bolsillos y un gesto relajado.

~La iniciación~ (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora