Capítulo 30

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El bosque. Un cúmulo desordenado de vegetación. Suelen albergar misterio y suspenso. Son poseedores de una belleza inigualable. Sus guardianes lo protegen de las amenazas y este los protege dándoles hogar. Una morada donde poder resguardarse de las amenazas.

Miles de aventuras ocurrían en su interior, todos los días, y todas las noches. Como la travesía de una diminuta hormiga en búsqueda de alimento que pudiese llevar a su hormiguero, hasta el escenario de un enorme oso pardo devorando su comida.

Contenía vida, contenía muerte. Era magnífico y tenebroso. Las sombras eternas resguardaban a las presas. Y en la zonas iluminadas, prósperas, a los cazadores. Era un ecosistema inmenso, de un verdor eterno.

Y en una específica noche, donde la luna se negaba a aparecer, exhausta de sus diarias labores, un débil lobo omega deambulaba entre las lucidez y la oscuridad. Siendo apenas consiente de su alrededor.

Su cabeza dolía, como si tuviera una cinta de goma presionando alrededor de ella. Y algo le molestaba debajo de su pecho, pero no sabía qué era, lo único que podía percibir era la manera en que un dolor punzante aparecía cada vez que su cuerpo se movía bruscamente.

¿Qué era eso? ¿Qué era lo que sucedía? ¿De dónde habían aparecido aquellos malestares? ¿Por qué dolían tanto?

En su congestionada mente, trataba de dar respuesta a aquel mal que le aquejaba. Lo único de lo que tenía certeza es que la fragancia de su compañero no lo había abandonado ni un solo instante.

Y agradecía infinitamente aquello, pues la uva y el petricor le socorrían de forma puntual. Hacían que todo aquello pudiese ser un poco más llevadero. Permitían que aún mantuviera un poco de sí mismo en la realidad, en el aquí y en el ahora.

Pero no por ello el dolor aminoraba.

Sin darse cuenta, se dormía cada ciertos minutos, siendo sedado por la penetrante fragancia de un extraño brebaje espeso que apenas y recordaba. Se sentía drogado.

El dolor punzante que le aquejaba había alcanzado su cúspide, y a partir de ahí se había mantenido constante por varios minutos, para después bajar un poco y volver a resurgir y atacarlo de nuevo. Después, volvía a bajar un poco...

Instintivamente, chilló de dolor, con las pocas fuerzas que le quedaban. Estaba cansado del lacerante malestar de su ser ¿No había alguna forma que pudiera mitigarlo, aunque sea por algunos minutos? Temía volverse loco si continuaba de esa manera.

El olor de su alfa se abalanzó hacia él con energías renovadas, y decidió concentrarse en ello, buscando desviar su mente de aquella agonía.

La uva era lo primero que podía oler, pero el petricor era el aroma que se quedaba impregnado en su nariz durante más tiempo. Le gustaba. Le gustaba mucho. Había convivido con esas fragancias desde que había tenido memoria, y con el tiempo había aprendido a sentirse seguro cada vez que los respiraba.

Y Jungkook era la primera persona que conocía que tuviera esos dos aromas naturales emergiendo de su persona.

Una fuerte punzada provocó que encogiera en sí mismo.

Pero había un olor más, un tercer aroma. Uno que apenas y había logrado percibir en un par de ocasiones, pero a los que no le prestó mayor atención. Ahora, que estaba impregnándose de él, es que se daba cuenta de que su existencia solo sobresalía con las emociones más intensas del alfa.

Su cabeza parecía querer estallar. Se comenzó a sentir mareado y con náuseas.

Era un olor potente, pero no sabía qué era. No era como si al oler algo inmediatamente el nombre de ello fuese a aparecer en su cabeza. Y menos en el estado en el esta se encontraba.

Vendimia || KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora