Capítulo 36

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Los truenos se convirtieron en uno de sus mayores terrores desde que era un niño. Su estridente sonido característico lo atemorizaba hasta dejarlo sin aliento, con la mente sumergida en el blanco infinito; acostumbraba hacerse un ovillo en su habitación durante las noches de tormenta, ocultándose entre sábanas y cobijas mientras presionaba sus manos contra sus oídos, con un llanto histérico saliendo de sus ojos y su boca, siendo acallado inútilmente por los retumbes del cielo.

El pánico crecía desde el fondo de su interior y era alimentado segundo a segundo por... ¿Por qué?

No recordaba esa parte, cada vez que intentaba buscar la causa, se topaba de frente con el vacío, como si aquella información jamás hubiese estado en su cabeza. Debió haber existido algún detonante, estaba seguro, pero no era capaz de recordarlo. Y no le parecía demasiado relevante. Solo podía rememorar aquellas infernales noches donde sus ojos se negaban a cerrarse y su cuerpo se aferraba a la lucidez.

Siempre con la melodía macabra dictada por los relámpagos que iluminaban el cielo cada tantos segundos, torturando sus oídos.

Quizá ese había sido uno de los temores más presentes a lo largo de su vida. Y es que aquel sentimiento no era dirigido al sonido como tal, sino a los recuerdos qué evocaba en su cabeza; la sensación de soledad, de profunda tristeza, de desolación, de añoranza por un consuelo que, sabía, jamás llegaría.

Por ello, cuando en aquella interminable noche, los estruendos aparecieron para sofocarlo una vez más, su cuerpo buscó el calor ya familiar de su alfa. Esa calidez natural que el hombre expelía por su piel aminorizaba su inquietud, los brazos que le aprisionaban con delicadeza y firmeza le inspiraban una tremenda seguridad. Seguridad por saber que no había razón para temer de aquel sonido, puesto que no estaba solo.

Ahora podía tener un apoyo para poder enfrentarse a ellos, y poder respirar tranquilamente.

Aquel lluvioso verano, Jungkook había sido un verdadero soporte para el omega, desde aquella noche, hace casi un mes, cuando la tormenta se las había ingeniado para cortar el suministro de energía con sus manos invisibles, y ambos habían terminado a solas en medio de la oscuridad.

Por eso, esta misma noche había buscado a su refugio desde mucho antes de que el primer estruendo llegara a sus oídos, siendo aquejado por un espanto sin precedentes.

Estaba muy, muy asustado. La llegada de aquel par de hombres desconocidos había roto la burbuja en la que había querido encerrarse desde hace ya varios años, creyendo que la rubia mujer no cruzaría aquella línea que él mismo había dibujado, inocentemente.

Se suponía que Irina no tenía interés por sus tierras, se suponía que jamás se desgastaría por intentar arrebatárselas de sus manos. Pero debió haber sabido que la humillación por la que la hizo pasar el día de la Vendimia, y el silencio en el que se mantuvo durante las siguientes semanas no significaban nada nuevo.

Debió haberla descubierto antes, haber estado atento para detenerla mucho antes de que la simple idea de una demanda cruzara por su cabeza.

Debió...

— Deja de regañarte, Tae. Esto no es tu culpa. — Las palabras de Jungkook acariciaron su oreja. Ambos estaban en la habitación del menor, sentados sobre el futón y cubiertos por las calientitas cobijas. No hacía frío, pero estas creaban una ilusión de contención y seguridad que no podía rechazar.

Jungkook apoyaba su espalda contra las almohadas, mientras que Taehyung se encontraba siendo acunado por sus extremidades; su espalda contra su pecho, quedando ambos frente a la puerta corrediza. La posición le permitía al pelinegro hablar cerca de sus oídos y besar cariñosamente su nuca, percibiendo aún el ácido olor del omega ser desprendido por el mismo.

Vendimia || KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora