13. ¡A Namjoon le gusta Jin!

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Jimin observa a Jungkook quien, sumido en su melancolía, juega con el agua a sus pies. Quiere decirle algo, consolar a su pequeño, pero no le está prestando atención, lo que le impide tener voz. Ha permanecido con los lindos ojos perdidos en la lejanía, su naricita moqueando y sus labios hechos un puchero; sus orejitas están caídas, haciendo alusión a su estado de ánimo.

Naturalmente, Jimin se preocupa. Ha perdido a muchos niños en sus años como hada de Neverland. Su más preciada perdida fue, por supuesto, Namjoon..., pero antes de él, estuvo Yoongi. Jimin lo recuerda con lucidez, pero no como ahora luce, Yoongi vive en su mente como el hermoso niño de piel pálida que había criado, tenía una sonrisa que dejaba ver sus rosadas encías, una naricita de botón y unos ojos de tigre. Solía ser sagaz, energético y poseía una belleza irrepetible; brillaba como el mismo sol, pero solo había oscuridad en su corazón.

Yoongi era un dragón, un mercenario y un persecutor... pero también un rey, un héroe y un líder. Su hermano gemelo, Agust, había sido su mano derecha, su soporte y su respaldo, pero la magnificencia de Yoongi nunca pudo ser opacada. Todavía no puede ser opacada, porque Jimin tenía cierta debilidad por su alma contaminada.

Un alma preciosa que sucumbió a la envidia.

Porque Namjoon había sido un niño prodigio, un genio y un bufón. Podía ganarse el amor de todas las personas con solo una sonrisa, una mueca que rasgaba sus ojos profundos, haciendo aparecer dos hoyuelos que lo convertían en único. Fue el Elegido de la magia, el hijo de la isla, y entonces su inocencia se mantuvo.

Se mantiene, pues Namjoon es irrompible, un niño que conserva la pureza en su estado natural. Se nota en sus acciones, en su rostro, en sus palabras..., pero ahora, con la decisión de condenar al exilio a Jungkook, Jimin empieza a dudar de la profecía.

Namjoon había estado interesado en la familia humana desde hacía meses. Dejaba pistas, inclusive su sombra. Estaba cautivado, decía que era por el potencial de Jin para ser una madre, pero Jimin está dudando, pues lo había preferido por sobre el maknae.

—¿Crees que todavía me quiera? —susurra Jungkook, su vocecita suena ronca. Jimin vuela hasta posarse en su hombro.

—Sabes que sí, Kookie.

El niño lo agarra con una mano y lo abraza.

—Yo sé que sí, Jiminnie.

Jimin se muerde el labio y suspira, deseando con toda su alma que Jungkook no esté mintiendo, porque dudar del amor del Líder es el primer peldaño para guardar rencor en el corazón; así habían comenzado los otros Niños Perdidos, quienes pasaron de ser infantes a piratas malhechores en cuestión de meses. Namjoon se ponía triste ante los desertores, pero su fe aumentaba cuando recibía niños nuevos. Jungkook solía ser el maknae, su favorito, y a quien le daba más mimos, mientras que Lisa era la niña de sus ojos.

Jimin siente furia al imaginarse que Lisa pasaría a ocupar el lugar de Jungkook.

—Eres buen niño, Kookie —dice Jimin, acariciando con sus manitas la nariz de Jungkook. El polvo de hada lo hace estornudar, y Jimin se carcajea.

—Te quiero, Jiminnie...

Jimin le da un casto beso, observando con dificultad los grandes ojos del híbrido.

—Yo te quiero el doble, Kookie.

Las mejillas del niño se colorean de rosa—. Oye, Jiminnie... —coloca al hada en su hombro—, ¿es cierto que...tienes una forma humana?

Jimin se queda en silencio varios minutos. Si bien puede adoptar forma humana, no le gusta en demasía: en teoría, no representa un esfuerzo grande, pero interiormente, supone un trauma para el hada. Lo había hecho en un pasado, cuando criaba a Namjoon y los gemelos, pero entonces Yoongi se marchó y se convirtió en un pirata temible que, además, ¡crecía! Su niño estaba madurando, y el cuerpo de adulto de Jimin se convirtió en un recordatorio de ese terrible episodio. Decidió no volver a ser humano, conformándose con su diminuto cuerpecito. Claro, su resolución tiene consecuencias que a veces le molestan, como el hecho de no poder hablar cuando es ignorado.

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