17. Miedo

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El Capitán Suga es extraño, piensa J-Hope.

Mantiene los pies en agua caliente, y se unta lociones raras en el rostro, mirándose en el espejo con ojos fríos. Parece evaluar su aspecto en una muestra de vanidad innata, y seguramente encuentra defectos, a juzgar por la manera en que frunce el entrecejo.

Le da curiosidad, pero también le ha quitado el miedo.

J-Hope ha estado amarrado en una silla, con una mordaza que le impide decir palabra alguna. Lo bueno es que paró de llorar hacía media hora, cuando se dio cuenta de que el muchacho pálido no tenía intención de hacerle daño, o al menos no de inmediato. Parece haberse olvidado de su estadía en la misma ¿alcoba?

Joyas, libros, mapas en las paredes y plantas de diferentes tamaños. Incluso hay un bonsái cerca de su litera con una única almohada, como si realmente no la utilizara.

—¿Crees que tengo arrugas? —el Capitán rompe el silencio—. Mmmmh, mis ojeras cada vez están peor, ¿no crees? —se queja en un murmullo, sacando de un cajón un cofrecito plateado. Extrae un recipiente circular que contiene algún tipo de polvo que, con diligencia, esparce por sus parpados inferiores—. Esto ayudará, supongo... ¡Es terrible que Agust tenga mejor piel que yo! ¿Piensas que él es más guapo?

J-Hope se ha quedado perplejo ante el monologo del muchacho. Reconoce que, por su porte, debe tener algunos dieciséis años, ¡un hyung mayor que su hermano! Su cuerpo es un poco alargado, pero no tiene tanta masa muscular como Namjoon. Sus ojos gatunos son lindos.

—¡¿NO ME PIENSAS RESPONDER?! —J-Hope jadea cuando escucha una pistola disparar en el espejo donde anteriormente se miraba—. ¡Genial, es el cuarto en la semana!

Sus ojos están abiertos de par en par observando los cristales regados por doquier. El Capitán suspira con cansancio y los recoge. Después, J-Hope percibe las fuertes pisadas dirigiéndose hacia su lugar.

—Te quitaré esto de la boca, pequeña mierda, así tendrás una conversación decente conmigo.

J-Hope asiente, o cree haberlo hecho. De todas maneras, el muchacho lo libera. Tose y escupe hacia un costado, pensando en que sus comisuras se encuentran afectadas. No siente sus muñecas, pero, mirando que su captor todavía tiene el arma en la mano, se abstiene de pedirle una liberación.

—Gra-gracias... —susurra sin enfocarle el rostro. Su labio inferior, ese que había mordido fuertemente, tiembla.

—¿Crees que tengo arrugas?

J-Hope se pierde en el bonito rostro: se nota su juventud, pero en sus orbes oscuro hay un atisbo de maldad que no puede terminar de procesar. Su corazón palpita despacio, queriendo congelar el momento. J-Hope siempre ha sido bastante positivo y ensoñador, decidiendo ver lo mejor en las personas, así que, si hay pliegues que lo desmejoran, realmente no lo nota.

—N-no lo creo. —baja la mirada, sintiendo que debe mostrar sumisión para que se le perdone la vida.

Hay un silencio prolongado. Las botas del Capitán siguen en su campo de visión, lo que demuestra que no se ha apartado, pero la cabeza de J-Hope está volando hacia sus hermanos, su familia.

Tantas emociones le han hecho darse cuenta de que extraña su hogar: J-Hope es una persona naturalmente curiosa, pero su sed de saber y su positividad también tienen un límite. Sentirse en una experiencia cercana a la muerte le hace reflexionar y agradecer. Incluso echa de menos a su papá.

—Habla conmigo, para eso te he traído.

J-Hope levanta el rostro—. ¿Me dejará ir?

—¿Qué te hace pensar eso? —se ríe.

—No lo sé, hyung...

—¡No me digas hyung! —otro disparo, esta vez en el piso de madera. J-Hope empieza a llorar—. ¡Deja de llorar, maldita sea!

—Lo si-siento, hy- Capitán.

—Mírame —J-Hope lo hace, sus ojos rojos. El chico se quita el sombrero y observa a su alrededor, posando sus orbes en un bulto tapado con una vieja sabana. Una sonrisa se dibuja en su rostro—. ¿Te gusta el piano?

J-Hope se encoge en su lugar. No responde, pero al Capitán no le interesa, porque se dirige al lugar donde sus ojos habían estado puestos.

Retira la cobertura, y J-Hope se maravilla cuando un hermoso piano de cola se materializa. Como todo el barco, el instrumento es negro y elegante. Hay un tierno banquito en el que su captor toma asiento, y carraspea con distinción antes de empezar a tocar. Su garfio extrañamente no interfiere en sus resultados.

La melodía es hermosa. J-Hope se encuentra a sí mismo deleitándose con el sonido; le recuerda a la esperanza, como su nombre. Rememora sus mejores momentos, el cantar de su hyung, las peleas ficticias con su dongsaeng, las cenas de su cumpleaños con sus padres y sus abuelos.

No se da cuenta de su sonrisa.

—Tocas hermoso... —halaga sin inmutarse.

El muchacho de cabello oscuro parpadea con lentitud—. ¿Lo hago? —es extraño, porque realmente luce sorprendido, lo que hace que la sonrisa de J-Hope se engrandezca. Le causa ternura—. ¡Bah, es porque no quieres que te mate!

J-Hope se apresura a negar—. ¿Sabes? Mi hermano canta. Sería interesante ponerlos a ustedes en una misma habitación.

En otra circunstancia en la que no me hayas secuestrado.

El Capitán arruga su naricita—. ¿Tu hermano es la nueva joya de Namjoon?

J-Hope no entiende a qué se refiere con exactitud, pero igual asiente—. Mmmhjú. —afirma con un sonido extraño.

El chico se carcajea, sus dedos -y garfio- moviéndose con experiencia sobre las teclas. J-Hope trata de grabar la secuencia, aunque rápidamente se pierde.

—Tengo que admitir que nunca lo había visto tan empecinado en algo, ni siquiera cuando estábamos creciendo.

—¿Se conocen desde hace tanto? —abre los ojos, sorprendido. La historia americana que su hyung les relataba no decía aquello; porque, si sus fallos no están mal, ese debe ser Garfio, o algo parecido.

—Te sorprenderías. Ese marica tuvo más suerte que yo, por eso siempre gana. Pero no esta vez... —susurra eso último, todavía en el piano.

—No creo que sea así, tal vez él mantuvo la bondad en su corazón y usted simplemente... —J-Hope se calla su discurso. Por poco sucumbe a su naturaleza moralista, pero es que, aunque ese adolescente le parezca enfermamente simpático, no quita el hecho de que lo tenga a su merced. Podía matarlo sin ningún miramiento, y aún tiene cosas pendientes en su hogar.

El Capitán no actúa dejándose llevar por su impulsividad. Hay melancolía en sus facciones, tristeza en su mirada perdida más allá del hermoso piano, culpa en sus labios hechos una fina línea.

—La vida es injusta, niño, pero qué más da, dudo que puedas quedarte a comprobarlo. —sonríe con sorna.

J-Hope se queda sin respiración—. ¿Me matarás?

El Capitán rueda los ojos—. ¡No quiero que vuelvas a cuestionar lo obvio! ¿Por qué crees que te estoy contando mi maldita vida de bastardo? Mi hermano piensa que te estoy follando; para esta hora ya tendrán a Jimin en su poderío, tal vez sin un ala o sin las dos, ¡quién sabe! Agust es un degenerado, aunque no lo aparente, y le tiene rencor a esa hadita marica que nos dejó en el olvido.

J-Hope empieza a llorar.

NeverlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora