27. Calidez

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Los tres están en silencio.

Agust, aburrido, resopla.

—No me importa que haya una especie de lazo con ustedes, ¿saben? —rompe el mutismo—. Yoongi siempre ha sido muy sensible, aunque no le guste aceptarlo, y, además, se niega a pensar antes de actuar. Pero te pide disculpas.

Hoseok traga saliva y camina hasta la proa, mirando el agua fluir. El barco está relativamente quieto, hacía poco Agust había liberado el ancla.

Yoongi suspira audiblemente y Agust se apresura a sentarse a su lado, pasándole un brazo por los hombros.

—Gracias. —escucha a su hermano luego de un rato en esa posición.

Escucharlo agradecer era extraño, pero Agust había entendido ya que Yoongi quiere esforzarse.

—Que te haya salvado te ha cambiado, ¿o no?

—No necesariamente. Tal vez solo... no quería olvidar mi odio hacia todo, es lo que más conocía.

—¿Ya no lo es?

Yoongi no le responde y Agust suspira cerrando los ojos. El atardecer es precioso, tranquilo y hogareño.

Para cuando Jungkook y Jimin llegaron con unos muy sanos Niños Perdidos, Hoseok ya se encontraba entre los cuerpos asfixiantes de dos de ellos. Agust piensa que su relación con su hermano nunca había sido tan efusiva, pero podía cambiar, tal vez en un futuro lejano...

—No, ahora tengo esperanza.

Y Agust no elude el hecho de que, al murmurar esa respuesta tardía, Yoongi tiene los orbes sobre los de Hoseok, que le corresponden.

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Namjoon había estado muy sorprendido por Jungkook, pero también se puso feliz. Es indicado, porque nunca se sintió más libre en un pasado. La presión en su cuerpo, el vacío por no sentirse suficiente; había tratado de encajar en una posición que realmente no le correspondía. El Árbol del Ahorcado había mentido al decirle que era el Elegido, el hijo de la isla, porque la criatura mágica le temía a la paz.

Y ahora que su hogar está en llamas, todo lo que alguna vez llamó su realidad se había evaporado, convirtiendo en cenizas sus pensamientos. Pero no puede sentarse a lamentarse, las cadenas habían desaparecido ese fatídico día.

Abraza a Jin con todas sus fuerzas, teniendo de fondo a Lisa y Tae jugándole bromas a Jungkook por su nuevo resplandor intrínseco, y a Jimin por haber crecido tanto. J-Hope sonríe, pero luce lejos de allí en pensamientos. Se pregunta qué habrá pasado en ese barco pirata, pero el olor de Jin le envuelve y no tiene intención de separarse del castaño.

—Te quiero... —Namjoon se sorprende al escuchar su voz, pero no lo retira.

La risita de Jin es preciosa, la atesora en su cabeza.

—Te quiero también. ¿No es raro?

Namjoon no lo cree, lo había sentido hace tiempo: amor por Jin. Desde que había tomado la tradición de escabullirse de Neverland para escuchar su voz cantar por y para él; una vez se implantó en los sueños de Jin, y comenzó a conocerlo en los mismos. Lo había intentado con otros niños en un pasado, pero nadie había notado su intromisión.

Le hace creer que están destinados.

—No, porque así lo quiso la luna.

—Eres un lunático, no lo recordaba. —bromea Jin, besando su mejilla.

—Lo soy..., tú eres mi luna. Neverland no me pertenece, nunca lo hizo.

Jin suspira y junta sus frentes. La cercanía es tanta que respiran el mismo aire, con labios entreabiertos y pestañas rozándose.

—No quiero despertar. —demanda Jin, lagrimas cayendo.

Namjoon se apresura a besarlas y le toma de la mano—. No es un sueño, Jin.

Jin toma su libro verde cuando Jungkook los llama para alguna especie de reunión. Namjoon le regala una sonrisa, entrelazando sus dedos.

—Eso espero.

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—¿Volverán? —pregunta Jungkook, con Jimin a su derecha.

El hada lucia más etéreo que nunca, feliz y exteriorizando su sentimiento grato de pertenecer.

Hoseok y Tae miran hacia sus pies, mientras que Jin es enfocado por los demás.

—Sí. —dice Jin, apretando la mano morena. Namjoon lo abraza cuando Jin siente que sus rodillas quieren ceder: tiene miedo.

—Está bien. Jimin... —ordena Jungkook con voz serena. El interpelado asiente levemente y, de pronto, el barco se convierte en oro o algo parecido—. El polvo mágico nos servirá, y nosotros los guiaremos.

—Gracias por tan grata visita, niños. —Jimin hace una venia y se marcha hacia el timón, siguiendo a Jungkook.

—¿Quieres cantarnos? —pregunta Namjoon luego de unos minutos, justo después de que el barco se eleve en los aires y empiece a tomar rumbo en dirección a Corea del 51.

Jin sonríe y se sienta en la superficie dorada. Namjoon yace a su lado, agarrando su mano. Para cuando Jin quiere empezar, los demás han formado un circulo perfecto.

—¡Mi hermano es el mejor en esto, se los digo yo! —sonríe Tae, orgulloso.

El grupo se carcajea.

NeverlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora